Durante el mes de Octubre del 2018, María Jesús y yo realizamos un viaje a Santiago de Chile. Permanecimos unos diez días en la ciudad de Santiago y viajamos quince por la zona central del país. Visitabamos a nuestra hija, Alicia, que se encuentra con una estancia temporal por estudios, y aprovechamos para conocer un país en el que la lengua no nos podría servir de escusa para no comunicarnos con sus gentes.
Al regresar nos hemos encontramos con muchas más preguntas de aquellas con las que salimos de España. Pero sobre todo sentimos que nos traemos la hospitalidad de sus gentes. En base a ella nos hemos desprendido de la sensación de miedo a un país desconocido, por lo que cargamos con el deseo de regresar, con botas de montaña y mochila, para adentrarnos a conocer más esta parte del mundo.
Mis sentimientos hacía Chile se remontan a mediados de los años sententa del siglo pasado. Adolescente, cursando los últimos cursos del Bachillerato Unificado Polivalente (BUP) en el Instituto «Ibañez Martín» de Teruel (hoy Vega del Turia), viviamos momentos trascendentales en la historía contemporánea española. Acababa de morir en la cama el dictador Franco, y el país abría sus ventanas en busca de la libertad secuestrada durante cuarenta años.
En el Instituto compartimos las clases con los jóvenes profesores no numerarios. Recién licenciados en la Universidad aportaban frescura al rancio sistema educativo vivido durante los años de la dictadura -el propio Instituto llevaba el nombre de uno de los responsables franquistas que lo gestaron-. En sus clases conocimos la poesía de Violeta Parra y la melodía de sus versos cantados por Victor Jara. Del dolor que transmitía el mensaje llegado desde Chile, en donde apenas cinco años antes un golpe de estado del General Pinochet había destrozado el sueño de la revolución socialista iniciada por el presidente Salvador Allende, tras llegar al poder con los votos a su favor tras la celebración de unas elecciones democráticas. Las referencias de Chile nos ayudaban a entender el reciente pasado de nuestro propio país. Un pasado oculto por el silencio de la familia y el manipulado sistema educativo de nuestra educación. Los versos de los poétas chilenos ayudaron a asumir un compromiso social en aquellos jóvenes que comenzabamos a entrar en la edad adulta.
Inicio un viaje a un país desde ese mito arrastrado a lo largo de estos años de mi vida. También desde las referencias que nos han dado y que leemos en los medios de comunicación, que lo identifican en la actualidad como el país más estable de Ameríca Latina y en pleno proceso de desarrollo económico.
Cuando el avión comienza a descender, tras atravesar la Cordillera de los Andés [aquella a la que los alpinistas aragonesas de los años ochenta de finales del siglo pasado llegaban para hacer cumbre en cimas de seis mil metros de altitud, tras años en los que había desafiado las cumbres de los picos tres miles de la Cordillera aragonesa, los Pirineos], desde la ventanilla observamos la ciudad de Santiago. Una ciudad extensa, como lo son las distancias en Ameríca del Sur, con un trazado geométrico en el que se adivinan avenidas kilómetricas donde se agrupan en manzanas cuadradas pequeñas casas construidas con madera. Sin embargo, comenzamos a divisar los contrastes de este país. Grandes diferencias en el urbanismo entre los barrios del Norte, conforme observamos la ciudad en dirección hacía el Sur vemos elevarse enormes rascacielos de cristal que en nada envidían a la arquitectura de cualquier gran ciudad europea.
Desde el Aeropuerto hasta llegar a la Plaza de Los Heroes, en torno a la autopista y conforme entramos en la ciudad, comienza a adivinarse la gran concentración humana de esta ciudad, que con sus casí siete millones de habitantes alberga el treinta y cinco por ciento de la población total del país. Tiendas, mercados, puestos callejeros nos muestran la imagen de la vida en suramérica que hemos visto en los documentales, con las calles llenas de vehiculos de combustión, responsables de la boina de smog que cubre el cielo.
Hemos despegado de España en los días en que comienza un nuevo otoño, que se aventura nuboso y oscuro. La aventura nacionalista parece enardecer los sentimientos de la población en uno u otro nacionalismo. Pese a los difíciles momentos, que como el resto de los países del mundo occidental atraviesa, con un único modelo de desarrollo económico y social, que la crisis económica y financiera del año 2008 ha puesto en duda, por cuanto los sufrimientos de amplios sectores de la población viven junto al incremento de la desigualdad entre los que cada vez menos que más tienen y los que cada vez más se ven alejados de los beneficios del sistema. La sociedad olvida la urgente necesidad de encontrar un acuerdo para lograr un modelo en el que pueda alcanzarse un futuro para todos basado en los principios de libertad, igualdad y fraternidad, con plena conciencia de la limitación de los recursos y en base a ello sentar las bases de un sistema de desarrollo basado en su sostebilidad.
Aterrizamos en Chile con una incipiente estación primaveral, que comenzamos a sentir en las nuevas hojas con la que se visten los árboles de los parques urbanos y en las flores que brotan de la tierra. Aún cuando las primeras impresiones, al pasear en las calles entre sus gentes, nos crea incertidumbre por el frenesí urbano que sentimos a nuestro alrededor.
Muy bueno Ángel, como siempre. Muy familiar por lo que forma parte de mi pasado. atte. un abrazo. Jorge Evrard
Me gustaMe gusta
Jorge
Fue un placer conocer a tu familia. La hospitalidad y el cariño con que nos recibieron, nos hace recordar esa tarde en la que compartimos tertulia en torno a la mesa del once, que nos preparó May.
Un abrazo
Me gustaMe gusta