
Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán, y que es ahora,
todos los hombres, y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los triunfos de la muerte, y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre.
Pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del Cielo
esta meditación es un consuelo.
EPITAFIO de José Luis Borges (El poema está incluido en el libro El olvido que seremos del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince)
De nuevo volvemos al paisaje del El Castellar (Teruel). Una ruta circular en la que partiendo desde el pueblo, junto a «La alberca del Sauro», seguimos el antiguo camino que lleva hasta Alcalá de la Selva, pero lo dejamos al cruzar el río y llegamos hasta la Masada de la Andihuela. Desde aquí nos dirigimos por una pista hasta el Mas de Carrascalejo y continuamos en busca del PR Circular del «Bosque de los Resineros» que nos acerca a la Masada del Pinarejo, para continuar hasta el yacimiento paleontológico de las Icnitas del Hoyo. Unos metros más allá desde el Marquesado llegamos al merendero de la Balsa, y continuando aguas arriba por el rio Valbona retomamos al viejo camino de Alcala y alcanzamos el final del recorrido que coincide con el punto de inicio. Puedes acceder al track de la ruta pulsando en WIKILOC.

Es 19 de Noviembre e iniciamos el camino con más de 20 grados de temperatura, nos quitamos el cortavientos, el polar y quedamos en camiseta para soportar el excepcional calor en esta estación del año. Vivimos uno de los grandes cambios del que nuestra generación es protagonista: El Cambio climático.
Cuando llegamos a El castellar el pueblo se nos muestra vacío. No encontramos a nadie por las calles. Con una arquitectura en buen estado de conservación, de las casas -en su mayoría de reciente restauración- nos sorprende que las chimeneas no emitan humo e impregnen de olor a leña quemada el ambiente ¿Será por el cambio climático? ¿Quizás porque el invierno deja la mayor parte de las casas sin habitar? Es otro de los cambios que nuestra generación percibe: El éxodo rural.

Al alcanzar la Masada de la Andihuela encontramos un edificio construido por campesinos con materiales solidos, pensando en la estabilidad y sostenibilidad de su modelo social, en ese orgullo de quien recoge el testigo y deja a los que vendrán una herencia con la que continuaran el trabajo emprendido. Las esquinas se han levantado con sillares, piedras talladas y modeladas por manos expertas, una vivienda construida para perdurar en el tiempo. Todavía conservan los cristales los ventanales de la balconada. Pero el techo se hunde y con él caerá toda la casa y se convertirá en un túmulo, como hoy lo es el poblado celtibero de las Lomas de las Majadas, enterrado por las arcillas y la arena venteadas a lo largo del tiempo que sepultan sus ruinas y con ella su historia, también la nuestra.
Hemos llegado a ella siguiendo una senda que asciende por el barranco al abandonar cuando cruzamos el río Valbona el viejo camino de Alcalá de la Selva. Es una senda de herradura que transcurre por la margen derecha de un pequeño riachuelo, a cuya vera fueron ganando espacio los campos de cultivo agarrados a la pendiente de la ladera por gruesos muros de piedra seca. El paisaje de las lomas y cabezos es un caos de bloques de areniscas sobre estratos de arcillas rojas entre los que brota un bosque de Pinus pinaster y Quercus faginea. Los bancales con los que las manos de los hombres del campo pusieron orden al desconcierto de piedras rodando por las laderas, comienzan a desmoronarse cuanto su tutor desaparece y los abandona. Con ellos se perderá el suelo y las arroyadas arrastraran los pocos frutales que todavía hoy se conservan, como se pierden la variedad de semillas de hortalizas que en ellos se cultivaron.
El Mas de Carrascosa, hoy es el aprisco de un ganado de vacas. Allí cruza de nuevo el viejo camino de Alcalá de la Selva, un PR que asciende hasta Portillo Ramiro. Nosotros lo atravesamos en búsqueda del PR circular del bosque de resineros por el que llegaremos hasta la Masada Pinarejos. Lamentablemente esta en estado de ruina. Tras décadas cobijando el silencio, el moho incrustado en las paredes hace desaparecer los olores del ganado, el del pan horneado, el del calor de las familias que la ocuparon tras apagarse el fuego que mantenía caliente el hogar. Comienza a habitar en ella el olvido.

Apenas un kilómetro más de camino y llegamos a una losa que guarda las huellas de una especie de dinosaurio carnívoro y un sin fin de rastros de invertebrados que se desplazaron por el barro cuando este espacio era una playa con aguas someras a través de las que se desplazaban los animales. Pertenecen al yacimiento paleontológico de Las Icnitas del Hoyo, descubiertas a principios de este siglo e investigadas en el 2021, por lo que su exposición pública es muy reciente. Al contemplarlas nos estremecemos al pensar en la extinción de la vida en la Tierra.
A lo largo del camino nos ha acompañado el silencio. Solamente hemos escuchado el silbido de algún mirlo, el vuelo de varios zorzales charlos y el grito del arrendajo ¿serán estas temperaturas altas las que retrasan la llegada de las aves invernantes? o ¿una señal de la perdida de biodiversidad? La sexta extinción es otro de los cambios en el Planeta del que somos testigos directos…. y también responsables. Pocos pájaros más hemos visto, quizás algún escribano montesino. En el barro se marcan las huellas dejadas por el zorro, la cabra montes, el jabalí y el tejón, que quizás junto al gato montes, alguna garduña habitando las masadas abandonadas y pequeños roedores o el corzo, al que hemos escuchado con su potente ladrido lanzado desde la profundidad del bosque, son los mamíferos que habitan el lugar. Los riachuelos y charcas cobijaran poblaciones de anfibios y todavía se observa en el agua alguna pequeña bermejuela. No hemos sentido la presencia de insectos más que el vuelo de varias mariposas de las especie Lasiommata megera y Colias croceus. Es verdad que estamos a las puertas del invierno, estación en la que los animales de sangre fría hibernan, pero su desaparición es una señal de alarma, perdemos con ellos servicios ecosistémicos como la polinización, la descomposición y fertilidad del suelo, o los ciclos de materia y energía. Bienes tangibles naturales que proporcionan beneficios a la sociedad y de los que se ha desarrollado una dependencia. La pérdida de biodiversidad de insectos, y en concreto de mariposas, constituye un problema tanto medioambiental, como social y económico, afectando directamente al bienestar humano. La agricultura intensiva es causa de la desaparición de áreas con vegetación silvestre, pero además siembra de productos agro-químicos el campo con lo que desaparecen de los cultivos y sus lindes plantas arvenses, lo que junto al envenenamiento es la causa de su elevada mortandad.
El prestigioso ecólogo Fernando Valladares en su reciente publicación, La Recivilización. Desafíos, zancadillas y motivaciones para arreglar el mundo, analiza la conducta de nuestra civilización con respecto a la responsabilidad sobre los cambios que esta experimentando el Planeta. Concluye en la necesidad de modificar nuestros hábitos y comportamiento si queremos revertir el colapso al que nos dirigimos. Indica en su parte final: ha llegado el momento de revertir procesos perversos. Para ello es necesaria la participación de todos en el cambio.
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