
Kutaisi es la tercera ciudad de Georgia, ubicada al oeste del país en la orilla del Río Rioni.
Su historia se inicia en la antigüedad cuando fue la capital del viejo reino de Cólquida. Desempeñó un importante papel en la mitología griega al ser el destino final de los argonautas en su búsqueda del Vellocino de Oro.

Durante la República Socialista Soviética de Georgia, dentro de la U.R.S.S. la ciudad tuvo un desarrollo industrial, siendo un importante centro de producción en la industria metalúrgica, maquinaria y productos químicos, lo que contribuyó a atraer a una importante población trabajadora. En esa época su urbanismo se transformó con la construcción de edificios de estilo soviético en amplias avenidas, zonas residenciales para acomodar la llegada de población obrera. A su vez la educación y la cultura florecieron, abriéndose instituciones académicas, teatros y centros culturales, todos ellos para promover la ideología socialista.

Pero a la vez experimentó restricciones en la libertad de expresión y limitaciones culturales impuesta por el régimen soviético.
En 1991, tras la disolución de la Unión Soviética la ciudad inició un proceso de transformación hacia una economía de mercado y una vida política más democrática. Desde el año 2012 fue la sede del Parlamento de Georgia en el esfuerzo del gobierno para descentralizar el poder y fomentar el desarrollo regional. Ubicado en un edificio de diseño moderno y vanguardista, diseñado por el arquitecto español Alberto Domingo Cabo, donde destaca su gran cúpula de cristal y su estructura futurista, que contrasta con la arquitectura tradicional de la ciudad.

El cambio convirtió a Kutaisi en un importante centro político del país, pero en el año 2019 las sesiones parlamentarias regresaron a la capital Tiflis.
Nuestra impresión al llegar al barrio donde se ubica el hotel, donde nos alojamos, así como durante el trayecto desde el aeropuerto y en el recorrido de la pequeña visita cultural que realizamos durante la mañana, que aprovechamos para cambiar un poco de dinero con el que cubrir los gastos de estos días (30 Gelis georgianos son 10 €), es el de ver una ciudad que ha sufrido una profunda crisis, que actualmente su economía se sustenta en el comercio local a la espera de un turismo que va llegando y que puede ofrecer una alternativa con la vista puesta en el futuro. Observamos el contraste de una gran desigualdad social, si nos fijamos en la variada gama de coches que circulan, así como en los ciudadanos con los que nos cruzamos, que por cierto son muy amables y nos transmiten una sensación de seguridad, que rompe los tópicos con los que llegábamos al país.
Ayer aterrizamos en su aeropuerto a las 0,30 de la madrugada tras 5 horas de viaje en avión desde Madrid, con una diferencia de 2 horas por delante en Georgia en horario de verano. Durante el vuelo nos fuimos conociéndon los integrantes del grupo de viaje de Kasba Itran que hacíamos el vuelo con la compañía aérea húngara Wizz Air: Lide, Domingo, Aurora, Jose Tomás, Belén, Sofia, Jesús, Chabier y Angel. El resto de los componentes del grupo: Iñaki, Amaia, Ainara y Sabina, volaban con la compañía turca Pegasus con escala en Turquia y llegarian unas horas más tarde. En total somos 13 los que conviviremos durante los días del trekking.
El desplazamiento al hotel se retrasa al perderse la maleta de Lide y tener que realizar gestiones para iniciar las oportunas reclamaciones. Un reto para ella, al no disponer durante el trekking del material que transportaba, en cuanto que la maleta ya no apareció aunque sí la solidaridad del grupo, pero que supo solventar con gran valentía. Al final todos aprendimos que podemos sobrevivir con menos. Una lección de esta experiencia que hemos obtenido, es que hay que viajar con mucho menos peso, como dice Domingo: cada día hay que hacer la colada si quieres tener repuesto al siguiente.

Repartidas las habitaciones en el hotel Green Flower nos retiramos a dormir unas pocas horas. Algunos aceptan la invitación del gerente del hotel, que les ofreció una pequeña cata de vinos georgianos de cosecha propia en la bodega, otros buscamos el descanso de la cama.
Nos hemos despertado a las 8, para tras desayunar y tomar nuestro primer contacto con la comida Georgiana: tomate y pepino; Khachapuri, pan horneado con forma de barco, relleno de queso, huevo y mantequilla; un revuelto de trigo sarraceno; huevos revueltos; salchichas; mantequilla y mermelada; cafe soluble y té.

A las 9 se presenta Giorgi, nuestro guía cultural, junto al vehículo que nos transportará junto al conductor. Él nos acompañará hoy para guiarnos en una visita cultural por el centro de la ciudad. A través de los edificios conocemos un poco de la historia de este país. Los personajes de algunas esculturas del parque son aquellos en los que sustenta la identidad de la nación. Georgia a lo largo de su historía ha vivido continuas invasiones que, como la última rusa, primero con los zares y después con el régimen soviético, intentaron borrar su cultura. Los valles de la montaña del Cáucaso, rodeados de altas montañas, siempre han constituido el lugar donde refugiarse. Es allí donde se guarda su tesoro de lenguas y tradiciones.
También nos llama la atención la presencia en la calle de muchos perros callejeros. Son dóciles, se les ve bien cuidados y respetados. Algunos y llevan un crotal en la oreja, que indica que han sido esterilizados, una señal de los tiempos modernos que llegan.

Dejamos Kutaisi en dirección al Monasterio de Martvili, ubicado en la ciudad del mismo nombre.Antiguo centro cultural pagano en torno a un roble, símbolo de la fertilidad, fue reemplazado a finales del siglo VII por una Iglesia en honor a San Andrés. Tras las invasiones, la Catedral de Martvilii-Chkondidi, nombrada así por la palabra mingreliana «roble», se construye en el siglo X, albergando un rico tapiz de frescos desde el siglo XIV hasta el XVII. Tras su inactividad durante la era soviética, el Patriarca de Georgia llia II revivió el complejo en 1998 y hoy alberga el Monasterio de San Andrés el Primer Llamado y el Convento de Santa Nino. Con su historia arraigada y su significado espiritual, se erige como un símbolo único de la evolución religiosa y cultural de Georgia.


El Monasterio esta muy frecuentado por gente georgiana. Se estaba celebrando la Divina Liturgia, en la que cubriéndonos con un pañuelo las rodillas y las mujeres la cabeza y los brazos, se nos permitía entrar. El guía nos obsequia con unas velas para que hagamos la ofrenda clavándolas en la arena, al pie de un fresco. Esta mañana también nos acercamos a la St. Archangels Basílica, ubicada cerca del hotel, en cuyos alrededores se localizaba un cementerio ortodoxo, notamos cierta seriedad entre la gente que participaba en la Divina Liturgia, y ahora comprendemos que no tuvimos la precaución de cubrirnos el cuerpo. Observamos con curiosidad los trajes de los sacerdotes, con sus largas barbas, y sobre todo el grado de participación en la celebración de los creyentes asistentes.

Una parada para comer junto al río Cha Cha, nos sigue desvelando la gastronomía georgiana: Badrijani, berenjena rellena con nueces y especies; Pkhlii, ensaladas; Wagsoni, yogur para salsa y aderezos; Khinkali, empanadillas rellenas de carne de cero y ternera, junto a hierbas y especies y Mtsuadi / Shashlik, carne asada. Probamos un vino tinto excesivamente dulzón, también un vino blanco que nos recuerda a los vinos cosecheros de nuestra tierra, como los que se elaboraban en Muniesa, y una serie de botellas de agua con diferentes sabores.

Nos espera un largo viaje viaje de cinco horas por carreteras infernales, en las que se cruzan vacas, caballos y cerdos, flanqueadas por viviendas aisladas y pequeñas ciudades a lo largo de una amplia llanura que desde la Cordillera cae hacía el Mar Negro. Sus habitantes tienen en torno a la casa una vaca, que ordeñan a diario, unos cerdos que les garantiza la comida y en ocasiones algún caballo. Cada mañana la puerta de la casa se abre y los animales se dan vida a lo largo de las cunetas. Al alcanzar al angosto cañón del Río Inguri abandonamos el llano para ir ascendiendo por una carretera de montaña, en muchas ocasiones con obras para reconstruir su deslizamiento por la ladera que ha debido sufrir durante el invierno, hasta llegar a Mestia. Estamos en el Valle de Svaneti.
