
Llega la hora de regresar a casa.
Madrugo y acompaño a Chabier por el entorno de la ecogranja. Nos acercamos hasta el rio Inguri entre huertas de patatas, prados y setos, bosque de ribera… . No llegamos hasta sus aguas, porque esta encajado y tanto la ladera que baja a él, como la densidad de vegetación, que la cubre, no ayuda a llegar a sus orillas, por otra parte agrestes y dificultosas, labradas por la fuerza de la corriente del cauce.

Tras desayunar, siguiendo la rutina de estos últimos días, cargamos la furgoneta con las mochilas y hoy subimos también nosotros a ella para emprender el viaje de más de cinco horas hasta Kutaisi. El conductor es tranquilo y prudente. Nos pone música georgiana muy agradable que nos ayuda a saborear este paisaje que estamos abandonando.


Paramos en la carretera a descansar y estirar las piernas, también a orinar en unos servicios públicos, no precisamente muy limpios. Junto a un hostal de montaña que organiza viajes a Svaneti. Una furgoneta cargada con bolsas de montaña espera para salir, entre el equipaje crampones, sin duda van a zonas más altas de las que hemos visitado nosotros, un reto que nos supera fisicamente y sobre todo técnicamente.
Abandonamos el rio Inguri, después de atravesar un gran embalse, el Jvari Enguri, para continuar por la meseta. Zonas llanas en las que la carretera esta flanqueada por hileras de casas de campo, desde donde se siguen cruzando sus vacas, caballos y cerdos. También pasamos por poblaciones relativamente grandes en comparación con los pueblos de montaña de donde venimos. Su urbanismo conserva los rasgos de la ocupación soviétiva hasta su independencia en 1991. En sus aledaños esqueletos de industrias que cerraron. También edificios que parecen gimnasios con espectaculares monumentos representativos de la lucha, en la que los georgianos dominaron las competiciones olímpicas cuando representaban a la URSS.
Los rios aquí no llevan la fuerza de la montaña, se van domando en esta parte de su curso medio y bajo. Sus aguas también se oscurecen con respecto al color blanquecino que las aguas bravas llevaban cuando fluían desde las lenguas de los glaciares en su morrena frontal.

Nuestra próxima parada es la cueva turística Prometheus, al norte y muy cerca de Kutaisi. En 1985 comenzó la conversión de la cueva en un destino turístico. En 1989, se estableció una ruta peatonal en la cueva aproximadamente de un kilómetro, se construyeron escaleras y senderos, se perforó un túnel de 150 metros en la salida y se inició la construcción de edificios en la planta baja. En 1990, debido al colapso de la Unión Soviética y a la falta de fondos, el proyecto se cerró. Durante varios años un ciudadano local estuvo protegiendo una cueva de los vándalos. Ahora en la entrada de la cueva hay instalado un monumento a él y a su perro. Es un paseo espectacular atravesando grandes galerías cubiertas de estalagmitas y estalactitas. Mucha gente de distintos lugares espera su turno para entrar. Su procedencia diversa: India, Emiratos, Centroeuropa….

Por fin parada en el hotel. El mismo donde nos alojamos el día de la llegada en avión cuando se iniciaba nuestro periplo. Antes de la cena podemos recorrer la ciudad y sentir su pulso. Comprar algún recuerdo. Comprobar esos rasgos de los que nos habla Robert Kaplan en su libro, Rumbo a Tartária: Un viaje por los Balcanes, Oriente Próximo y el Cáucaso, sobre las repúblicas independizadas de la URSS, en donde convive la modernidad y la tradición. Donde se siente la desigualdad en la forma de vestir, de actuar, en los coches… Ubicadas en la encrucijada de decidir a que lado dirigirse, hacia Rusia donde han permanecido tantos años o a la Unión Europea, desde donde les llegan noticias de que reina la libertad, el bienestar…. la democracia.
Después de la cena una tertulia con cerveza y copa de vino en la terraza del hotel, con vistas a toda la ciudad de Kutaisi. La ciudad es preciosa por la noche. La tertulia agradable con sabor a despedida, a melancolía por terminar el viaje….. también a tristeza por que estos días son pocos para poder conocer estos lugares con profundidad y no sabemos si podremos regresar algún día.
Hemos vivido los últimos coletazos de una cultura rural que desaparece, al igual que se perdió en nuestra tierra. Una cultura donde se transmitía oralmente sus canciones, sus leyendas, sus tradiciones…… donde se aprendía el oficio de campesino desde pequeño en la casa familiar. Nos gustaría que no se olvidará, que en estos años antropólogos e historiadores hayan podido recoger el testimonio de los últimos.
Al amanecer me despierto para dar una última vuelta por las calles cercanas al hotel y sentir el despertar de la ciudad por la mañana. Obreros hacia el trabajo, señoras muy mayores limpiando las calles con una paupérrima escoba y un cubo para recoger las colillas y los papeles, su chaleco amarillo parece indicar que son empleadas publicas contratadas en algún programa social para facilitarles recursos con los que vivir. El olor de las pastas y el pan cuando nos acercamos a los obradores. En estas primeras horas de la mañana no circulan por la calle coches de alta gama, ni gentes ataviadas con la última moda, son los trabajadores los que la ocupan.
Nos gustaría poder disfrutar más de la ciudad. Sabina todavía permanecerá un día más que, según nos cuenta después por WhatsApp, aprovecha para visitar mercados tradicionales y bares singulares, rincones que esconden la tradición cultural de esta ciudad donde encontrar el sabor y el olor de su identidad.
De nuevo la rutina, mochilas a la furgoneta, sentarnos en sus asientos y emprender ruta hasta el aeropuerto. Volvemos a sentir la tensión en la forma de conducir de algunos de los conductores, para los que las señales y la línea continúa no significa nada, a los que parece les gusta emocionarse con adelantamientos al límite.
Eramos consciente de que el viaje nos llevaría a paisajes extraordinarios. Jugábamos al azar del grupo con el que compartiríamos el viaje. Ha sido un grupo extraordinario con experiencia en viajar, en subir a altas montañas de Africa, Nepal, Andes, Marruecos….. también de las montañas de la Península. Humildes y solidarios. Sin duda en su compañía reside gran parte de la satisfacción que hoy sentimos por haber iniciado esta aventura en la que hemos sido nómadas durante estos días.
Nos abrazamos en la cinta de equipajes del aeropuerto. No sabemos si nos volveremos a ver, pero seguro que si un día coincidimos en un aeropuerto o en nuestra ciudad, volveremos a abrazarnos, porque la experiencia no la vamos a olvidar.
Jesús nos envía por wappsap la entrada de su perfil de WIKILOK, donde ha volcado un resumen de todo el viaje.

Son unos 90 kms de recorrido realizados a pie en 7 días por la alguna de las zonas más pintorescas y mejor preservadas de la cordillera del Cáucaso. La mayor parte de la ruta transcurre entre los 2000 y 3000 metros de altitud, lo que implica, noches frías, y mañanas con cierto calor, siempre que no nos sorprenda alguna tormenta, que aunque no es la época de lluvia en estas latitudes, puede aparecer en un momento determinado, a nosotros no nos ocurrió.
El tekking tiene partes diferenciadas, y trascurre por diferentes valles ubicados en el entorno de Mestia, no hay continuidad en traza de los track que muestro, ya en algunas jornadas nos desplazábamos en bus-furgoneta al inicio de una nueva ruta.
Ya en casa iniciamos la segunda parte de nuestro viaje. Repasamos la geografía contrastando nuestros datos con la aplicación de Google «Earth», recopilando información del país y de los valles de Svaneti.
Hemos iniciado la lectura de la novela de Nino Haratischwili: La octava vida. Recupera la vida de una familia georgiana desde 1917, a través de su convulsa historia durante el siglo XX. La autora inicia la novela con esta frase: «Son los tiempos quienes reinan, no los reyes».
A través de internet recogemos las últimas noticias de Georgia. Nos entristece el retroceso democrático que esta experimentando el país, el alejamiento de la Unión Europa, que como medida de presión puede volver a imponer los visados para viajar al Cáucaso. Nos preocupa el futuro de toda esa gente joven que hemos conocido, comprometidas con proyectos que buscan un futuro para ellos y sus hijos. También de la gente mayor, campesinos que aún sobreviven en la montaña y se merecen disfrutar en paz los últimos años de su vida.

Me ha encantado el relato de este encantador viaje . Gracias por compartir.
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