
A la niña la mimaban todos en la masada.
Era la primera hija, la primera nieta, la primera sobrina.
Hasta los mulos la querían.
Cuando les rascaba la frente,
se agachaban para que subiera a su grupa.
Los toros se apartaban del abrevadero
al verla acercarse para llenar el cántaro en la fuente.
Aunque, había un toro furo,
porque cuando nació le soplaron en el hocico.
Un día se enfadó y embistió a la niña,
que tuvo que meterse en la gayola del perro para que no la corneara.
Cuando en primavera llegaban los colmeneros,
la niña les guardaba los burros.
Cargaban las colmenas en ellos para subirlas a la paramera,
donde las abejas llenarían las celdas de miel de romero.
Cuando los colmeneros regresaban a cortar la miel,
siempre guardaban un trocito de jalea real
y se lo daban a ella,
que lo relamía como si fuera el mejor caramelo del mundo.
