
Desde hace 30 años, cada primavera desde el balcón de mi casa, el canto del autillo asentado en las laderas bajo el viaducto nos anunciaba el fin del invierno.
Su sonido repetitivo en ocasiones nos resultaba monótono y con el transcurrir de los día hasta aburrido. Sin embargo este año no lo hemos escuchado y lo añoramos. Nos preguntamos ¿por qué no ha venido?
¿La dureza del viaje desde las tierras del sur en África le habrán vencido? ¿Quizás ha decidido encontrar un hogar más habitable?
A nuestro alrededor cada día observamos cambios. Sentimos empobrecer nuestra vida por la pérdida de tantos valores que infravaloramos porque no nos costaban dinero.