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De nuevo inicio la marcha desde La Casa Grande de Escriche. En varias entradas de este blog ya he volcado información histórica, paisajística y también del altercado al patrimonio arquitectónico de este lugar.
Siguiendo el antiguo camino que debieron usar los masoveros para desplazarse entre la casa del Barón, donde residía el administrador y el cura, y las masadas del Espinar, Rambla Roya o del Berro, alcanzamos el Collado de Valderecezo, hito de la divisoria de aguas: aquellas que discurren hacía Bajo Alfambra por el Río Seco, afluente que desemboca unos pocos kilómetros antes de llegar a la ciudad de Teruel, y las que la alimentan el caudal en la parte del rio Mijares. Allí nace el barranco de la Enebrosa flanqueando la Masada de la Atalaya. Siguiendo su curso vamos a descender hasta alcanzar el Rio Mijares.
Su tramo alto se abre en un fondo amplio que permite campos de cultivo. Las laderas que descienden hacía él están pobladas por un denso pinar de Pinus sylvestris. Observamos los restos de una corta reciente que ha dejado la leña de las copas esparcida por el sotobosque, en estos tiempos en que los hogares de fuego han desparecido las gentes ya no las necesitan. Los ojos urbanos puede pensar al verlo, que no se cuida bien el monte, surgir la alarma del riesgo de incendio porque el pinar esta sucio, pero la realidad es que junto a los pies abatidos por el viento constituye una provisión de materia orgánica que ayudará a crear suelo en poco tiempo, en que la madera terminara descompuesta y el suelo volverá a restablecerse, un trabajo en el que participaran todos esos seres invisibles del ecosistema y tan necesarios, como los hongos, los insectos, las bacterias….
Es doloroso la corta de árboles. Pero es un aprovechamiento ancestral si se realiza bien, teniendo claro el destino del predio: productor de madera, paisajístico, recuperación de un bosque maduro…. Es la gestión de la que han surgido los ecosistemas que hoy contemplamos. No lo es tan racional si la única pretensión es obtener la máxima rentabilidad cosechando todos los árboles económicamente validos del momento sin valorar las perdidas que su extracción puede ocasionar en el futuro al bosque.
Aquí las masas de pinar silvestre son muy homogéneas. En algunos casos forman tupidas e impenetrables masas de pimpollos compitiendo entre ellos por los recursos. Lo que les hace frágiles. Abatidos por el viento o tumbados por la nieve encuentran una muerte prematura o el estancamiento de su crecimiento. En estos casos cortas selectivas pueden ayudar a mejorar el estado del bosque.
Conforme descendemos la orografía dificulta el acceso. El pino silvestre comienza a mezclarse con pino negral (Pinus nigra) y la sabina albar (Juníperus thurifera). En las laderas más inaccesibles es fácil divisar fustes de viejos árboles con el perfil de supervivientes. El paisaje que nos rodea nos envuelve en un halo en donde sentimos la naturaleza salvaje.

El camino se encajona entre paredes verticales de calizas separadas apenas un metro. La vegetación en la que confluyen pinos y sauces, cierra el cauce y nos vemos obligados a abrirnos el paso apartando las ramas de los rosales cuyas espinas que se nos clavan en los brazos y las piernas. Para no caer al agua debemos agarrarnos a los pequeños resaltes de la roca, en los que apoyar la punta del pie, y sujetarnos con las manos en las grietas donde apenas penetran las yemas de los dedos. En ocasiones los estrechos hocinos nos permiten hacer presión con los pies en cada una de las paredes, que casi se tocan, para poder avanzar encima de los pozos de agua sin mojarnos. La geología es compleja y retorcida como nos muestran los sinuosos pliegues que quedan al descubierto al horadar el agua la roca y formar estos agrestes barrancos.
Las barranqueras que abocan en estas umbrías dan cobijo a una vegetación singular de bosque caducifolio como arces (Arce de montpelier), cerezos de santa lucía (Prunus mahaleb) o mostajos (Sorbus aria). También conservan algún ejemplar de tejo (Taxus baccata). Subir por ellas es difícil por la espesura de la vegetación y los numerosos cantos rodados extendidos por el suelo, aunque en ocasiones es el único camino para salir. El caos de grandes peñascos que cierran el cauce taponando en ocasiones los tajos abiertos a la roca por donde se abre camino el agua, son indicadores de la fuerza que adquiere el caudal en momentos excepcionales cuando las tormentas o el deshielo retroalimentación a estos torrentes.

La dureza del paisaje nos conmueve. Aún más cuando la ruta ser hace en solitario y el silencio nos acompaña. El que encontramos desde el inicio junto a las masadas en ruinas. En sus ruinas ha sucumbido el bullicio que debió existir no hace más de un siglo cuando estaban habitadas. Rebaños de ovejas y cabras desplazandose por las lomas al cuidado de los pastores junto a sus perros. En los campos yuntas de machos y bueyes labrando al ritmo de los gritos del campesino. Junto a las casas voces de mujeres, risas de niños y el cacarear de las gallinas. La ropa tendida en la era ondearía como velas que impulsan el rumbo de la vida.
Llegados al rio Mijares nos acercamos hasta la singularidad de la sabina pinera, llamada así porque del corazón de su tronco crece un pino. En este lugar se inicia la vía ferrara de los Estrechos del Mijares. En los últimos años la apuesta para que el turismo llegue a los pueblos ha llevado a realizar proyectos que hacen accesibles lugares recónditos en los que hasta entonces la dificultad de acceso solo permitía la llegada de los más osados.
A nosotros nos queda regresar. Volver a subir al alto del Puntal de Gamendi y por la barranquera bajo la Peña de la Hiedra, bajo las copas del pinar, alcanzar la Fuente de los Cinco Caños y llegar de nuevo al punto donde iniciamos la ruta.
