ZHABESHI (1.700 M)-ADISHI (2.094 M) / 9 Julio 2025

Ayer nos acostamos después de los comentarios y recomendaciones de Davit, nuestro guia, para la ruta de hoy. Hoy nos hemos levantado a las 8 para desayunar en la cocina de la guesthouse, donde hemos dormido, con un variado desayuno que nada desmerece respecto a la cena de anoche. Tras recoger el picnic, que nos han preparado, y subir las mochilas a la furgoneta, que nos las traslada al destino, nos hemos dispuesto a partir no sin antes despedirnos de esta familia.

Ainara hizo amistad con la niña pequeña de la casa y llegado el momento del adiós, todos observamos el cariño que han gestado en estas pocas horas de convivencia. A pesar de la enorme barrera que impone el idioma, hemos generado unos vínculos con estas personas, ese lazo que las buenas personas pueden establecer en un solo día, cuando no se contamina con la desinformación, y que va desdibujando las impresiones que algunos traíamos de la gente de Georgia. La madre de la niña nos ha pedido una fotografía con ella y no hemos dudado en posar todos junto a ella y la hija. Esperamos la guarden entre los recuerdos de La Casa, nosotros guardaremos su simpatía y hospitalidad en nuestros corazones.

De nuevo volcamos la ruta que nuestra compañero Jesús nos proporciona, a la que puede accederse pinchando en este enlace de WIKILOK. En esta página puede descargarse el track. Ademas recomendamos la lectura del texto que la acompaña, donde relata las peculiaridades de la misma.

Distancia total: 10,89 km Tiempo total: h Tiempo en movimiento: h 
Altura Inicio: 1626 m Altura Final: 2098 m 
Altura Mínima: 1650 m Altura Máxima: 2484 m 
Desnivel de subida acumulado: 960.87 m Desnivel de bajada acumulado: 488.02 m 
Desnivel positivo por Km: 88,99 m Desnivel negativo por Km: 45,19 m 
Tiempo total; 5,11 h Tiempo en movimiento; 3,21 h 
Nivel de dificultad:” Moderado” 

Comenzamos un recorrido de montaña más exigentes que el realizado los días pasados, no tanto en distancia como en desnivel. Pero es una ruta cómoda en la que atravesamos bosques y praderas. Cruzamos pequeños riachuelos de aguas limpias donde no hemos dudado en darnos un remojón aprovechando una pequeña balsa, allí donde una barrera de montones de piedras frenaba el avance de las aguas.  Al igual que ayer, nos acompañan las vistas de los montes Usbash y Tetnuldi.

Paso a paso hemos llegado al mediodía a la aldea de Adishi. El pueblo desde la parada, que hacemos en el chiringuito del alto, lo percibimos con una amplia visión del conjunto urbano y nos da una primera impresión de abandono. En medio de ese caos de ruinas van surgiendo proyectos, casi artesanales en muchos casos, de reconstrucción de las casas en torno a la llegada en los últimos años del turismo de montaña, del que nosotros formamos parte.

Tras cruzar el cementerio abierto en el que las tumbas se ven cercadas con rejas de forja y en donde no es extraño encontrar referencias a jóvenes fallecidos durante la segunda guerra mundial, soldados del pueblo que participaron en la contienda marcada en la memoria de toda una generación, llegamos a la casa de huéspedes donde nos hospedamos hoy. Parece que hay overbooking. Nuestros anfitriones están nerviosos para buscar la forma de alojarnos a todos. Finalmente todo se va resolviendo y todos encontramos habitación. Algunos comprobamos que estamos ocupando la habitación de los niños, por los dibujos en las paredes y las pertenencias que precipitadamente han guardado tapadas con una manta en un rincón; en cierta manera nos sentimos incómodos por haberles usurpado su estancia. La tarde va calmando los ánimos, y durante la cena, la que han preparado en una cocina tradicional de leña, el ambiente es halagüeño.

Tras una ducha reconfortante y aligerado de los retorcijones estomacales que me han preocupado a lo largo del trayecto, que afortunadamente no han ido a más, hemos iniciado un recorrido por el pueblo y los alrededores.

Nos llama la atención el estado de casas, aparentemente sólidas en su día, que están derrumbándose. La mayoría tenían una galería con cristalera en su cara sur, en la que sobre las ventanas se extiende una gran cenefa de madera donde se han tallado símbolos soviéticos como la estrella de cinco puntas y la hoz y el martillo. Las calles están también en estado ruinoso. A lo largo de ellas se extienden cables aéreos sujetos en postes de madera y en los propios muros de las viviendas, que llevan la electricidad. También se cruzan mangueras que distribuyen el agua. De vez en cuando nos cruzamos con caballos montados por niños que los dirigen hacía las cuadras.

Al salir del pueblo se cruzan los rebaños de vacas y caballos que a lo largo del día han estado pastando por los prados y ahora regresan a sus casas, las vacas a ser ordeñadas. Chabier nos señala pájaros singulares del Cáucaso, que es capaz de detectar por el canto o mientras se mueven entre los setos y en los lindes del bosque de coníferas extendidos a lo largo de la ladera de la montaña: camachuelos, verderones…

Iñaqui y yo nos adelantamos, mientras él se pierde con los prismáticos en busca de más pajaritos. Nos paramos impresionados a contemplar el cono de deyección de un barranco, que deposita tierras oscuras al entrar en contacto con el río Adishchala. Sus aguas fluyen desde el deshielo de la morrena frontal del glaciar Adishi, cuyo circo se localiza entre las altas cimas del monte Tetnuldi y el monte Gistola. Los depósitos que le llegan son de un color más oscuro que las roca que arrastra el río. La fuerza del este rompe el cono de deyección y arrastra las tierras aguas abajo.

Volvemos al pueblo y antes de cenar nos juntamos en un bar improvisado en la parte baja. Un amplio solar se ha llenado de mobiliario de madera rústico, que se ve amenizado con música que sale de los altavoces. En la terraza, sentados en banquetas en torno a una mesa de madera, somos capaces de lanzar preguntas. En ocasiones respondidas en georgiano, otras en ingles y traducidas por compañeros al castellano o el ingles, en su caso. Sacamos impresiones e interpretaciones personales sobre la historia de este lugar.

En la década de los años ochenta se produjeron grandes precipitaciones de nieve, que provocaron grandes avalanchas. Algunos pueblos quedaron arrasados y otros muchos sufrieron tanto graves daños materiales como personales; fueron bastante los muertes con el consiguiente dolor para las familias destrozadas. Este debió de ser el momento que desencadenó el abandono de estos lugares. Imaginamos que en muchos casos voluntario, pero también interpretamos que quizás el gobierno soviético favoreció este éxodo rural. Las casas quedaron vacías y poco a poco fueron cayendo en la ruina.

Los símbolos comunistas parece ser que tienen su origen durante la primera mitad del siglo XX, tras las revolución rusa y la adhesión de Georgia a las Repúblicas Soviéticas. Creemos entender que era una forma de mostrar en publico la afinidad con el régimen y librarse de represalias en las visitas de los comisarios políticos del soviet. Una forma de mostrar rechazo a la disidencia por el miedo a sufrir represalias. En las praderas que hemos atravesado esta mañana, hemos creído entender que allí se establecieron granjas de colectividades, Koljós, impulsadas por el régimen.

Interpretamos que los jóvenes mantienen posiciones pro- occidentales. La generación de sus padres nacieron en un país sometido a la dictadura de la URSS. Vivieron desde la infancia con una educación de exaltación al estado comunista, bajo el el miedo a ser señalado ante actitudes que pudieran ser interpretadas como hostiles y de oposición, a la vez que establecían un vínculo de dependencia hacía la seguridad que proporcionaba la estabilidad de ese modelo de gobierno. Tras la desintegración de la Unión Soviética, la independencia del país se inicio con conflictos y crisis, favoreciendo que algunos recordaran con nostalgia de los tiempos de calma, aunque en aquellos años estuvieran privados de libertad. Nos viene el recuerdo de nuestro viaje en avión, acompañados en el pasaje con emigrantes que desde España regresaban a pasar las vacaciones con los suyos y que sin duda son una pequeña parte de la emigración hacía Europa, que en los últimos años ha sufrido Georgia. La situación de estos pueblos, el éxodo rural, los cambios sociales y económicos, que se aprecian, el punto de vista conservador y la actitud de dependencia hacia los tiempos de la dictadura, me recuerda a la España de hace unas décadas. En una entrada que hice hace tiempo en este blog, sobre mi abuelo Justo, reflejaba mis impresiones personales sobre la forma en que él veía el mundo.

El desarrollo del turismo de montaña en los últimos años, en que el país se ha abierto al exterior simpatizando con la Unión Europea, ha provocado que jóvenes descendientes de antiguos vecinos vean una oportunidad económica. Durante el verano regresan al pueblo a restaurar las casas de la familia con los precarios medios que disponen, poniéndolas a disposición de la fuerte demanda por parte los usuarios que realizan este trekking. Obtienen ingresos para continuar con el acondicionamiento de la vivienda y también para su economía familiar. Son parte de los ingresos con los que dispondrán durante todo un año cuando regresen a sus residencias habituales en los meses en los que estos valles quedan completamente incomunicados. La restauración urbana es muy anárquica y uno se pregunta como en el futuro podrá volverse a restablecer el equilibrio con sus elementos culturales. Esas casas tradicionales en ruinas y las torres svan defensivas, si se consolida su entrada en la Europa occidental terminaran siendo declaradas Patrimonio de la Humanidad por la riqueza identitaria y el valor histórico que representan.

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