EL RODENO DE TORMON, ESPACIO ESPIRITUAL

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Hay una pregunta que tiene difícil respuesta. La muerte.

Reflexionar sobre el sentido de nacer para dirigirnos hacía ella, nos obliga a entrar en la espiritualidad. Los hay que la encuentran en la religión.  Me resulta  definir ¿Qué es la religión? A lo largo de nuestra historia, desde el origen de las sociedades humanas, estas han recurrido a ritos y mitos para explicar su existencia. Y he de referirme a valorar el culto al consumo de nuestra sociedad actual en los países que llamamos desarrollados. Quizás los centros comerciales arrastren hoy al mayor número de fieles seguidores que encuentran en comprar una razón de vivir. Las oligarquías siempre han aprovechado la manipulación de las emociones y los sentimientos de las gentes para afianzarse en el poder o enriquecerse.

Pero no es mi intención adentrarme en estos terrenos de los que carezco de experiencia, de conocimiento, y de los que quizás me sea difícil salir airosamente.  Voy a referirme a otra forma de espiritualidad, la que encontramos caminando por un bosque, un páramo, un riachuelo, una montaña. La espiritualidad de disfrutar contemplando un paisaje.

Buscamos en ello encontrarnos con la esencia de la vida, con la naturaleza. Disfrutar como hace miles de años cuando nómadas nos trasladamos de un lugar a otro al ritmo que marcaba el cambio de las estaciones, sentirnos simplemente un ser vivo caminando sin destino. También rebuscamos en ella nuestra identidad, la de las generaciones de quienes procedemos y que nos vinculan a un lugar.

Los hay quienes se adentran en esta búsqueda con un esfuerzo físico en alcanzar una cima, en recorrer un espacio en un tiempo determinado, en sudar en el campo. Otros se adentran en un esfuerzo intelectual –ambos pueden están ligados-  para comprender un espacio: su origen, su historia, su biología, su geología, su cultura.

Recientemente hemos visitado el Rodeno. El Paisaje Protegido del Rodeno   fue declarado hace ya más de treinta años. En este tiempo su manejo por los técnicos de medio ambiente, recogiendo las directrices marcadas por el patronato -órgano de participación social- ha influido en como hoy visualizamos este lugar en comparación con otros cercanos.

El resultado de la gestión forestal llevada a cabo se refleja en un cambio en la estructura del bosque que comienza a perfilarse. Quedan muestras de un pasado reciente en el que priorizó el sangrado del Pinus pinaster para obtener resina. Las entresacas han dejado un mosaico de pinar donde se respeta la presencia de otras especies como los Quercus ilex, faginea o pyrenaica, este último con una distribución más localizada en las sierras de Albarracín que en el resto de la provincia de Teruel. También la presencia de grandes árboles padre; los más llamativos son los viejos ejemplares de Pinus nigra, con una estructura de rectilíneo tronco coronado por una copa, rodeados de ejemplares adolescentes a su alrededor –de delgados y esqueléticos fustes completamente salpicados de pequeñas ramas y acículas- que esperan la oportunidad para crecer, adquirir la experiencia para sobrevivir y convertirse en el viejo patriarca que ha triunfado en la vida. El respeto a árboles simbólicos como Ilex aquifolium y el Taxus baccata, con algunas plantaciones en recónditos lugares favorables, al pie de las rocas y en barrancos umbríos, para que la especie amplié su extensión, o relictos de Arbutus unedo que sitúan  aquí  el límite de su distribución termófila en el Sistema Ibérico. Las comunidades vegetales del bosque van adquiriendo un perfil naturalizado donde se respeta tanto el envejecimiento de los individuos como el crecimiento de nuevas generaciones.

Es más difícil precisar la evolución de la fauna. No vamos a encontrar grandes concentraciones de animales, porque su presencia está vinculada a los recursos para sobrevivir y la diversidad no ofrece monocultivos que favorecen aglomeramientos. A lo largo de nuestro camino van apareciendo sobrevolando o trepando por los troncos de los árboles: pájaros carpinteros, carboneros, agateadores, trepadores azules. Tropezarnos al pie de un atalaya o de un tocón, o simplemente expandidos en el suelo, restos de plumajes de zorzales, arrendajos o torcazos, nos indica la presencia de éstos y de su depredador, el azor o el gavilán. Manchas blancas en las rojas de rodeno, allí donde es difícil accedan los escaladores del Boulder, que también dejan su huella del magnesio utilizado para evitar que sus pies y manos se resbalen al agarrarse a la roca, nos hablan de que sigue viviendo el halcón peregrino o el águila real. Los espacios abiertos en el bosque, prados o cultivos, son lugares donde observaremos diversas variedades de mariposas y otros insectos.  Al igual que en otras partes de la provincia es muy reciente la colonización del espacio por el corzo y la cabra montés. Tampoco es raro encontrarte con un ciervo procedentes de las reintroducciones, que con fines cinegéticos se hicieron en la Reserva de Caza  de los Montes Universales durante  los años setenta del siglo pasado. A muchos nos gustaría que esta ocupación del espacio de grandes herbívoros se complementará con el intento de recuperar la presencia de grandes vertebrados depredadores, hablamos del lobo, o del lince, que en estos lugares sobrevivieron hasta no hace muchas décadas.

Valoramos como excesivas la apertura de nuevas pistas forestales o el asfaltado de estas, aunque otros sectores de la población no lo ven así. Son diferentes puntos de vista sobre la ordenación de un territorio, y ampos son respetables. Quizás, la necesidad de facilitar la circulación de vehículos motivada por desarrollar el turismo sobre el que se asistenta cada vez más la economía de los pueblos de estos lugares, pudiera compensarse con establecer bolsas de espacios restringidos, reservas de fauna y flora donde se priorice la conservación de las especies.

Paseando por el Rodeno también hemos encontrado los abrigos de arte rupestre levantino. En la zona de Tórmon nuevos descubrimientos, tras su correspondiente medida de protección y señalización, han  abierto la oportunidad de ampliar sendas por las que recorrer la historia de este lugar,  cuando las gentes del Paleolítico, parece ser, se atrincheraron en estos lugares ante el avance de las sociedades del Neolítico emergente, los cultivadores de alimentos.

Contemplar estas imágenes y símbolos de hace 7000 o 10000 años, te obliga a sentarte y reflexionar. Pensar en estas comunidades humanas habitantes de selvas, viviendo de la caza y de la recolección cuando muy cerca ya se establecían poblados de agricultores y ganaderos. La cabeza comienza a girar y a preguntarse el momento, la causa y el motivo por el que en algún momento desaparecieron estas culturas.  ¿Se extinguieron voluntariamente para asumir nuevas formas de vida? ¿Fueron forzados y esclavizados por quienes llegaron para fundir minerales en la época de los metales, a raíz de la importancia que estos nuevos materiales adquirieron para la elaboración de herramientas y armas?  ¿quizás, fueron ellos mismos los que adquirieron las técnicas para, disponiendo de combustible y de mineral, fundir el hierro y comercializarlo, abriendo una nueva vía a su economía?.  En uno u otro caso una cultura desapareció y sin duda el impacto de los nuevos usos del territorio desforestó las selvas entonces existentes. Nos han quedado estos lugares sagrados donde el artista fijo dibujos y señales, quien sabe si para rituales de culto o para marcar un territorio, un camino en los desplazamientos de los antiguos nómadas que vivían de la caza de animales salvajes y la recolección de frutos silvestres.

Como aquellos hombres que pintaron en las paredes del rodeno, sentados en la puerta de la casa forestal de Tormón, mirando al sur y resguardados del viento del norte en estos días finales del otoño, alejados de las propiedades, del consumo y sólo el sol calentándote el rostro, por unos momentos eres capaz de sentirte príncipe de la creación, como define los hombres del Paleolítico Juan Luis Arsuaga, en su novela «Al otro lado de la niebla». Olvidarte del destino para disfrutar del camino.

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