No somos los únicos que esta tarde del viernes hemos decidido salir el fin de semana de Santiago. Nos lo vienen diciendo, la ciudad se vacía cada sábado y domingo. Coincidimos con esa hora punta de evacuación, de huida.
La línea 1 de metro se llena y las puertas del vagón apenas pueden cerrarse. Hemos de apretujarnos hasta el punto de casi no poder respirar. Siguen subiendo pasajeros en cada parada sin que apenas alguno descienda. El contacto físico es inevitable, no cabe lugar al pudor y tampoco al miedo.
Llegamos a la estación de autobuses. Desde el metro a los autobuses va saliendo el personal a los diferentes destinos. En este país no hay problema en encontrar un medio de transporte para llegar al último rincón. Hay un bus, un taxi, un colectivo que te lleva hasta el último barrio de este urbanismo, que se extiende horizontal en grandes extensiones. Incluso allí donde los barrios se construyen en las laderas de los cerros, donde las casas se levantan sobre pilares de madera para nivelar el suelo de la vivienda. Los autobuses no son caros, los hay de largas distancias con asientos que permiten la comodidad de convertirse en camas donde descansar durante las diez o doce horas de duración del viaje.
Por fin logramos salir en dirección a Valparaiso. La autopista se colapsa en los cruces y la velocidad es lenta. Nos permite ir viendo los pequeños monumentos animistas que recuerdan la muerta violenta en el lugar, seguramente por accidente de tráfico; la modernidad no lograr olvidar la religiosidad o espiritualidad de las culturas indígenas. Dejamos las barriadas y nos adentramos en un paisaje de cultivos. Divisamos manchas de urbanizaciones de segunda residencia, todas con el mismo diseño de vivienda adosada de madera con un pequeño jardín, ordenadas en calles rectilíneas; resulta curioso que este urbanismo anárquico respete la geometría rectilínea como orden. El autobús hace continuas paradas, en lugares donde sólo vemos haciendas rurales con cultivos de viñas, soja, también ganados; a la parada ha acudido una furgoneta a recoger a la hija que regresa a ayudar en los trabajos de campo tras la semana estudiando en Santiago.
De noche llegamos a la estación de Valparaiso. De nuevo al descender nos encontramos el bullicio de viajeros. Los barrios de la ciudad se muestran viejos, con casas descorchadas. En los los cerros las luces nos permiten adivinar un caos urbanístico de una ciudad donde los obreros encontraron el lugar donde construir su casa aprovechando restos de madera del puerto, pintadas con variopintos colores de pinturas sobrantes utilizadas en el astillero de barcos. Ese retrato de la ciudad inspiró a bohemios para encontrar su lugar de inspiración, y en donde instalar su taller creativo.
Al salir a la calle la oscuridad nos bloquea. Los compañeros y amigos de nuestra hija nos dan el apoyo para movernos. Nos localizan por teléfono un conductor, que nos recoge en la puerta de la estación para llevarnos por calles empinadas hacia la vivienda ubicada al inicio de uno de los cerros, cercana a la estación de un funicular, junto a uno de los museos de arte al aire libre. Es una calle donde las casas se van reconvirtiendo, sin perder su identidad, en bares, restaurante y hoteles. Apenas llevamos 48 horas en el país y los cajeros nos han dado billetes de 10 lucas, el pago de los 1000 pesos del trayecto nos los perdona el conductos porque no tiene cambio. La propietaria de la casa nos recibe junto a sus dos pequeños. Valparaiso como destino turístico está dando una oportunidad económica que es aprovechada por todos los sectores sociales. Es tarde, hora de descansar tras unas horas muy ajetreadas.
La mañana nos despierta con el sonido de un vendedor del periódico local. La estrecha calle refleja la acústica de su voz y rompe el silencia del amanecer. Nos levantamos y descendemos hacia una plaza. Esta desierta, las persianas de comercios y bares apenas levantada para preparar el comienzo de la jornada. Ni los quiltros han despertado todavía. Las calles están sucias, todavía sin recoger los restos festivos de la noche pasada. Algunos grupos de jóvenes sentados en las escaleras, bloqueando el paso, intimidan por su aspecto y estado, que invita a sugerir peligro; no es así, nos responde al saludo de buenos días y continuamos nuestro paseo.
La impresión que nos da la ciudad es de decadencia. Nos hace pensar que ha perdido el rumbo, y sin embargo en su parte baja los edificios de principios de siglo XX, el cuartel de la marina, las plazas, la universidad, incluso alguna residencia en los primeros escalones que ascienden al cerro por escaleras pintadas de grafitis artísticos, nos indican lo contrario. Si bien es cierto, que el desarrollo que tuvo en torno a la actividad del puerto, con el declive de este ha trasladado la capitalidad del mundo financiero a Santiago, y Valparaiso ha encontrado en el turismo la oportunidad a su economía. Grupos de artistas han encontrado aquí la inspiración. Han donado a la ciudad multitud de obras de arte callejeras que la convierten en un museo abierto y gratuito, también efímero, que requiere continuas intervenciones para conservarlo. Este ambiente de artistas, de cultura alternativa, es hoy su principal atractivo, junto a su pasado histórico más reciente.
Al mediodía, Eduardo, compañero y amigo de Alicia y Mar, nos organiza una rápida visita por lo más significativo de la ciudad. A esta hora ya está limpia, las calles repletas de turistas y porteños. Sus comentarios nos hacen cambiar las primeras impresiones que habíamos tenido al llegar, y pese al ritmo frenético de la ciudad encontramos en el ambiente que vemos durante el paseo la razón por la que es elegida como lugar de residencia por algunos, y como visita turística al llegar a Chile por otros. Descansamos en un obrador donde nos reponemos con unas empanadas de pino, y los jóvenes nos aportan un rápido resumen de su historia.
El siglo XIX trajo a través del comercio y su puerto la riqueza y la llegada de una burguesía que ha dejado marcado el estilo en la parte baja de la ciudad, reflejo del urbanismo y arquitectura que la ilustración y la revolución francesa desarrollaron en Europa. También atrajo obreros, que fueron instalándose en las laderas de los cerros, el espacio asumible por su economía. Estos barrios fueron creciendo y creciendo, hoy los más cercanos son espacios ocupados por población alternativa, también por infraestructura para alojar y dar servicio a los muchos turistas que llegan. Los más alejados albergan a los sectores más marginales de las población, con lo que no es recomendable su visita. La pérdida de actividad del puerto conforme avanzó el siglo XX, trasladó el protagonismo de los sectores comerciales y financieros del país a Santiago; hoy Valparaido y la ciudad cercana Viña del Mar son destino turístico y segunda residencia. Aquí también fue el lugar donde se inició en 1973 el golpe militar de Pinochet al presidente Allende, hoy acoge al parlamento del país, quizás en un intento de borrar su traición a la democracia.
Al mediodía hemos de partir a Concon. Nos desplazamos en un bus pequeño, a una velocidad de vertido, que tras atravesar Viña del Mar, nos adentran en otros núcleos urbanos con el mismo estilo anárquico de su urbanismo. La zona vive de la minería y de la petroquímica. Junto a la carretera continuos establecimientos ofrecen artesanía y productos alimenticios, también venden desde furgonetas y puestos ambulantes. Nos dirigimos a una zona del litoral apenas urbanizado, un espacio natural donde grandes dunas ponen en contacto el océano con el continente.
La Universidad Católica dispone de unos terrenos donde desarrolla un proyecto intelectual y humanístico. Nos llama la atención, que carreras técnicas como arquitectura tengan entre sus asignaturas obligatorias la danza y la gimnasia. La poesía es el inicio de los proyectos. Participamos en el acto organizado. Nos recuerda a la ágora de la cultura griega. Escuchamos al poeta y nos invitar a colaborar en una creación. Recogemos piezas que nos emparejan para elegir palabras que hemos de encestar en una gran urna, de donde sacadas en el orden en que cayeron se construye un poema. Terminamos en el escenario que han diseñado y restaurado alumnos arquitectos en una escenificación de danza protagonizada por docentes y pupilos. Un oasis de intelectualidad, en un país donde el contraste y las desigualdades que observamos quienes acabamos de llegar, nos hace ver como un espejismo en medio de la nada. Preguntarnos como surge la cultura en medio de una mayoría que sólo puede pensar en hallar una oportunidad para vivir. Y olvidamos que en la vieja Europa también existe, y cada vez más, la desigualdad; en ello no somos tan diferentes.
El domingo decidimos contratar al conductor del día anterior para visitar Isla Negra y regresar a Santiago a una hora prudente y sin apretujones, que suponemos habrá al retornar la población tras el fin de semana. Es un joven de origen Belga, que domina varios idiomas, y ha decidido apostar por este país para encontrar su futuro; se sigue sintiendo extraño en el país pero no piensa en volver a Europa, si acaso buscar otra oportunidad en una hacienda rural en el país vecino: Bolivia.
Isla Negra es la casa de Pablo Neruda junto al Pacifico. Al regresar de Europa en 1937 buscaba un lugar donde dedicarse a escribir su Canto General (un gran libro sobre la historia y la naturaleza americana). En 1938 la compra a Eladio Sobrino, marino español, este lugar donde disponía de una pequeña cabaña de piedra. En 1943 inicia la construcción junto al arquitecto catalán German Rodríguez Arias, que continua en 1965 con el arquitecto Sergio Soza, uniendo la casa a los recintos de la sala del Caballo y la Covacha. Dijo que la casa fue creciendo como la gente, como los árboles.
Su ubicación y los objetos que guarda es un compendio visual del imaginario poético de Pablo Neruda. Conserva diversas colecciones del poeta: mascarones de proa de barcos, réplicas de veleros, caracoles marinos, máscaras étnicas, el viejo caballo de su infancia Temuco rescatado tras un incendio, etc…
Aquí no solo escribió, también ejerció su hospitalidad, legado de su infancia sureña. En 1973 muere en la clínica Santa María de Santiago y regresa a ser enterrado a Isla Negra.
Compañeros, enterradme en Isla Negra,
frente al mar que conozco,
a cada área rugosa de piedras
y de olas que mis ojos
no volverán a ver”
Mientras realizamos la visita, un grupo de delfines nadan y salta en la orilla. Un regalo inesperado.
Conforme regresamos a Santiago los paisajes abiertos rurales se van urbanizando de nuevo y terminamos engullidos de nuevo en las entrañas de la gran ciudad.
¡Genial!
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Interesante y estupenda descripcion del viaje.
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