
Hemos preguntado en la oficina de turismo de Valdivia, junto a la Feria Fluvial, como poder realizar una ruta guiada por algún lugar de la Selva Valdiviana. Nos han indicado y aconsejado contratar a una pequeña empresa comprometida en trabajar con las comunidades locales proyectos de desarrrollo sostenible en torno al turismo de naturaleza y cultural. Se trata de la empresa Selva Valdiviana Tours.
Yo, tengo un especial interés en visitar el lugar. Tanto Alicia como María Jesús son conscientes de ello e insisten en aprovechar la oportunidad. Mañana se suma a nuestro viaje Mar, la compañera de Alicia durante su estancia por estudios en Chile, y nos parece que también le agradará esta experiencia.
Nos ponernos en contacto telefónico con ellos y nos confirman que pueden recogernos en Valdivia al día siguiente, aprovechando que tienen que hacer unas gestiones en la ciudad. Concretamos realizar un recorrido por la Reserva Costera Valdiviana. Ellos nos proporcionan el transporte en un todo terreno y la contratación de un guía local para visitar el bosque.

El lugar que vamos a visitar es propiedad de The Nature Conservancy. Se trata de un ONG americana, sin fines de lucro, fundada en Estados Unidos en 1951 con el objetivo de conservar las tierras y aguas de las cuales depende la vida; desarrolla proyectos de conservación de ecosisemas buscando una implicación directa de la población local . Este bosque, rescatado de la explotación forestal intensiva por parte de las empresas madereras, es un ejemplo de ello, permitiendo ser visitado con la compañia de un guía local formado en los programas que la ONG desarrolla para incentivar y mejorar las condiciones de vida de las gentes del lugar.
A media mañana nos recoge Karina, que será la encargada de conducirnos. Desde el hotel vamos directos al embarcadero de Niebla para cruzar el río hasta el muelle de Cruces, donde nos espera el guía, José Antillanca. Nos dirigimos rumbo a Chaihuin.
Es un recorrido por la costa del Pacifico, atravesando comunidades pequeñas de población en su mayoría Mapuche. Sin duda el paisaje anima a recorrerlo despacio, pero en esta ocasión el tiempo del que disponemos en la planificación de nuestro viaje por el sur de Chile no nos permite disfrutar de este lugar. Tras llegar al centro de recepción a la entrada de la reserva nos adentramos por caminos de montaña hacía su interior.
Con Karina y con José entablamos una agradable conversación. No sólo nos indican aspectos de lugar; compartir el idioma nos permite, una vez tomamos confianza, hablar de cuestiones personales, preguntarnos por tantas dudas que unos y otros tenemos: nosotros sobre Chile, ellos respecto a España y Europa.
Karina es una joven implicada en desarrollar su vida en este maravilloso territorio. Llegó junto a sus padres, profesores, desde Santiago de Chile, cuando la dictadura de Pinochet estableció un régimen represivo que hacía la vida difícil en la capital.
José es de origen Mapuche. Su apellido Antillanca es mapudungún (del autoglotónimomapudungun, ‘habla de la tierra’), su tradución: Piedra-Sol. Nos habla de su pueblo, Chaiuin. Cuenta aspectos de su familia, de quien heredó el compromiso para mejorar la vida de su comunidad. Es una persona comprometida con la Tierra y con unos valores humanos de respeto a la vida. Artesano -fabrica con sus manos y con materiales tradicionales bisuteria y joyas de identidad mapuche-. Nos dice, que cuando lleva su mercancía a Santiago, no encuentra la ciudad como un lugar para vivir; sus amigos apenas tienen tiempo para reencontrarse, para dedicar un momento en hablar y compartir las experiencias vividas, por ello regresa a su hogar en cuanto realiza las gestiones comerciales que le obligan a ir una vez al año. Ha encontrado en la actividad de guía turístico un complemento a su economía, pero sobre todo una forma de acercarse a la naturaleza, de redescubrir aspectos de su cultura, y sobre todo trasmitir esos sentimientos y sabiduría a los visitantes.
Durante el trayecto nos indican el valor de la madera de Alerce, dura y resistente pero de poco peso, por lo que es muy utilizada para los tejados de las casas. Los Mapuches de este lugar cuantificaban la edad de las personas por la cantidad de tablas de alerce que podrían transportar. Su comercio, desde la colonización española, atrajo el interés por estas tierras; las gentes llegadas de fuera iniciaron la explotación intensiva de los bosques. Durante el último siglo las concesiones del gobierno a las empresas madereras introdujeron, una vez agotados los bosques de alerces, las repoblaciones de especies de crecimiento rápido: eucaliptus y pino insigne. Esta gestión del territorio ha ido devorando el ecosistema de la selva valdiviana.
La llegada de este modelo de desarrollo también rompió el tejido social de las comunidades mapuches. Estas, organizadas en consejos comunales, sin propiedad privada de la tierra, recibieron del Estado titulos de propiedad individuales. El cambio originó que las decisiones, que hasta entonces se tomaban en el consejo de la comunidad, como la venta o concesión de tierras, ahora la tomara el propietario, aún cuando ello afectaba al futuro de todos los miembros habitantes de la aldea.

The Nature Conservancy, compró una amplia superficie de bosque, cuando la empresa maderera que la explotaba quebró. Junto con el Parque Nacional del Alerce Costero gestionado por el gobierno, supone una apuesta poco recuperar y conservar este relicto único de selva valdiviana, que la especial climatología del lugar hace posible su existencia como ecosistema con características y biodiversidad única en el mundo. Su intervención llegó a tiempo para salvaguardar los últimos bosques de alerce milenarios, que hoy vamos a visitar, e iniciar la recuperación de la selva conforme se van desbrozando las repoblaciones de eucaliptus.

Acompañados de José, nos adentramos por un sendero. Nos va mostrando la variedad de plantas, algunos endemismos. Grandes helechos. Los árboles más característicos como el coihue, arrayanes, lumas y mañios. Nos hace guardar silencio para escuchar el sonido de las aves: carpinteros negros (magallánicos), chucaos, pitíos y rayaditos, que ocultos en la espesura de la vegetación no logramos divisar. La presencia del monito del monte, pequeño marsupial habitante del bosque. Del puma, al que no ha visto pero si sentido en tantas ocasiones cuando en solitario pasea por el sendero. O, el lugar donde suele contemplar la pequeña rana de Darwin (Rhinoderma darwinii), un anfibio de zonas boscosas que unicamente vive en este habitat singular.

También nos habla de la necesidad de andar en la selva por los senderos, para evitar inhalar el orín de un pequeño ratón que transmite una peligrosa neumonia.
Llegamos al milenario alerce, a uno de los abuelos. Quedamos impresionados al toparnos con su enorme tronco: cuando intentamos abrazarlo y no podemos entre los tres, al dirigir la mirada hacía su copa y verla rozando el cielo, al observar la comunidad de seres vivos que lo acompañan -liquenes, insectos, plantas epífitas que aprovechan su tronco como soporte…-. Después, seguimos por un sendero balizado con tablas de madera, para evitar dañar el suelo, entre un largo laberinto de alerces centenarios, también pequeños bebes que comienzan a nacer. Nos preguntamos cómo será el mundo cuando estos envejezcan como sus compañeros dentro de cientos de años, después de que nosotros ya hayamos dejado la vida, un mundo que nosotros ya no veremos. También nos cuestionamos porque no es frecuente la conservación de bosques donde convivan árboles en crecimiento y árboles envejeciendo. Su vida, como la nuestra contiene los años de plena actividad y vigor, también el largo proceso de envejecimiento hasta morir. Las políticas de gestión forestal actual olvidan respetar la etapa de la vida en que los árboles caminan hacia su muerte; olvidan que los viejos árboles, como las ancianas personas, aportan experiencia a la comunidad y sobre todo serenidad en la etapa de alocado crecimiento de los jóvenes.

Nunca olvidaremos esta experiencia. Creemos que tardaremos en conocer a otra persona con los valores de José. Desde su inmensa humildad esconde una gran sabiduría, que nos ofrece mientras caminamos a su lado.
Terminamos meditando, sentados bajo los milenarios alerces. Por unos minutos compartimos las sensaciones vividas durante esta tarde. Logramos hablar de ello, tras escuchar el sonido del bosque.
Hemos pasado cinco horas en la Selva, cuando de nuevo salimos al camino y hemos de regresar. Nos despedimos de José en Cruces. De Karina en el embarcadero de Niebla; cruzamos de nuevo el río con ella. Es una despedida triste, porque dejamos amigos con los que tardaremos en reencontrarnos.
Tenemos la sensación de que si volvemos a Chile, lo será con el tiempo suficiente para dedicarlo a recorrer sin prisa estas aldeas de la Costa Valdiviana, desde Cruces hasta Huericolla. Cuando volvamos, ha de ser tanto para poder disfrutar de la compañía de amigos, como con el corazón abierto para conocer a buenas personas como Jose y Karina.
Es emocionante volver a vivir en la lectura esa magia de la Selva de Valdivia. Bonito texto, lleno de detalles para no olvidar.
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