
Amanecen las mañanas con frentes borrascosos que dejan aguaceros constantes. Conforme avanza el día se despeja unas horas, al mediodía, que aprovechamos para recorrer los campos. Al atardecer de nuevo el cielo comienza a cubrirse y regresa la lluvia. Es ese momento en el que nos retiramos a la cabaña y desde la ventana vemos la ensenada con su marea alta, con las aguas tranquilas, burbujeante por las gotas de agua que caen. Nadando en ella cientos de gaviotas, cormoranes y otras aves acuáticas. Aprovechando la marea alta, los barcos pesqueros salen de los puertos a faenar. Nosotros encendemos la estufa de leña y caldeamos la casa, para sentarnos a leer, a mirar por la ventana, a reflexionar un poco lejos de nuestra casa.


Hemos salido pronto en dirección al Parque Nacional de Chiloé. Es la zona de la Isla que linda con las aguas abiertas del océano Pacífico, su occidente. Hemos llegado a la playas de dunas de Cucao tras dejar la ruta 5 panamericana –carretera principal de la isla- y a través de una carretera secundaria en buen estado -aunque en algunas zonas nos hemos encontrado obras para mejorar el firme y el trazado- bordeando el Lago Huillinco, atravesando pequeñas aldeas. Al llegar a las Dunas , una suave lluvia acompañada de un viento que desliza los granos de arena como si ellos mismo fueran la marea que desde el océano llega a la playa. Hemos andado y disfrutado de este paisaje de gran inmensidad, con un cielo cubierto que va cambiando conforme se adentran los frentes que llegan.






Después nos hemos dirigido por un pista sin asfaltar, siguiendo la orilla de la costa hacia el Muelle de las Almas. Es una zona privada donde es necesario el pago de unos 1000 pesos para acceder, también hay hemos de abonar unos 1000 pesos para aparcar el choche. No nos importa la tarifa, es una forma de apoyar una economía local, tan necesitada, que recibe este dinero del turismo que llegamos para disfrutar del lugar.

Se trata de un acantilado. En su base debió existir una cueva donde criaban lobos marinos, cueva que desapareció tras el terremoto de 1960. Parece ser que era lugar donde entregar los muerto al Océano, en un rito escrito en una tabla de madera, que recomiendo leer por la espiritualidad que transmite. Tras leerla el paisaje te encoje el corazón.



Regresamos de nuevo a los pueblos de la Isla bañados por el agua tranquila resguardada por ella misma y localizada en su parte oriental. Chonchi, es uno de sus pueblos, y llegamos atraídos por su arquitectura de madera, pero sobre todo para contemplar su Iglesia Chilota.


Antes de volver a la cabaña hemos querido acercarnos a ver Los Palafitos de Castro. Queremos verlos con la marea alta y la luz del atardecer. Mañana por la mañana volveremos a cercanos para observarlos con la marea baja y la luz de la mañana. Y aquí, como en tantos otros lugares de Chile, nos detenemos a contemplar el arte callejero reivindicando los derechos de la cultura Mapuche, y al mirarlo, el silencio nos hace pensar en ello.
