ABISMO

En 1973 se publicaba el ensayo de E.F. Schumacher: «Lo pequeño es hermoso. Economía como si la gente importara». Se vivía la crisis del petróleo de 1973 y comenzaba a desarrollarse la globalización como modelo de desarrollo mundial. Argumenta que la producción, sustentada en recursos naturales como los combustibles fósiles, sujetos a agotamiento, es insostenible.

Schumacher fue pionero en poner en duda el empleo del Producto Interior Bruto para medir el bienestar humano, defendiendo que la finalidad habría de ser «la obtención de un máximo de bienestar con un mínimo consumo».

El sociólogo Ulrich Beck en 1986 introducía el termino de «Sociedad de Riesgo», entendiendo que el modelo posindustrial ha introducido por la modernización riesgos a la sociedad. En concreto indica:

[oleadas de racionalización tecnológica y cambios en el trabajo y la organización [social], pero ademas de eso incluye mucho más: el cambio en las características sociales y las vidas corrientes, cambios en el estilo de vida y las formas de amar, cambio en las estructuras de poder e influencia, en las formas de represión y participación política, en las percepciones de la realidad y en las pautas de conocimiento. En la comprensión de la modernidad por las ciencias sociales, el arado, la locomotora a vapor y el microchip son indicadores observables de un proceso mucho más profundo, que abarca y reforma toda la estructura social.]

En cierta manera estas aportaciones científicas y otras, se vieron reflejadas en la aparición de discursos feministas y ecologistas de crítica a las estructuras y relaciones sociales construidas durante la modernidad. En los últimos años la comunidad científica sigue aportando informes, que cuestionan como viable el modelo de desarrollo impulsado en todo el Planeta. A lo largo del siglo XXI ha tomado protagonismo la necesidad de frenar el incremento de temperatura ocasionado por las actividades humanas desde la revolución industrial, a quien se atribuye la responsabilidad de la velocidad con que se observa un cambio en el clima. Contrastan estos posicionamientos con otros negacionistas que sustentan el modelo minimizando los riesgos ambientales que se están produciendo, muy apoyados por lobbys de las grandes corporaciones. Y con la timidez de los gobiernos en asumir medidas de corrección en plazo.

Tras la caída de la Unión Soviética, no sólo se monopolizó el modelo capitalista de los países occidentales. La izquierda que había idealizado la experiencia comunista de la U.R.S.S., fue descubriendo la tiranía impuesta en los países de su orbita, necesitando reelaborar un nuevo discurso. Frente al avance de modelos liberales impulsados por los E.E.U.U. e Inglaterra, fragmentando las sociedades en diversos países apoyando regímenes dictatoriales que experimentaron con la implantación del nuevo liberalismo económico, Europa fue impulsando su unión tanto económica como política en la defensa del Estado de Bienestar en el que tras la segunda guerra mundial su reconstrucción encontró estabilidad económica y social.

Las crisis vividas en los últimos años deberían hacernos reflexionar. El preocupante el avance de populismo y nacionalismos que olvidan la historia y pretenden desmontar un modelo – que sin duda es y debe ser mejorable-, a costa de la pérdida de derechos civiles fundamentales e impulsando un clima de odio e intolerancia, que desencadena guerras, inestabilidad y desequilibrios que dificultan equidad y sostenibilidad.

La última crisis financiera se resolvió con el apoyo a las grandes corporaciones bancarias, para salvarlas del desastre, con un gran apoyo económico de dinero público a costa de un alto precio pagado por las clases medias y aquellas más desfavorecidas, que vieron reducida no sólo su capacidad económica, también los servicios básicos vitales proporcionados por el Estado.

La crisis sanitaria del COVID nos puso a prueba. En este caso se apostó por medidas en pro del bien común, tanto en el aspecto sanitario, como en el económico, para favorecer la resiliencia social a esta perturbación. Desveló el coste de abandonar las inversiones en servicios públicos esenciales como es la sanidad, que se encontró con insuficiencia de medios para prestar la atención que la sociedad necesitaba.

Las lluvias torrenciales de finales del pasado año ha mostrado los errores en el desarrollo urbanístico de grandes áreas urbanas, origen de que unas lluvias torrenciales terminaran desencadenando una tragedia. Sin que olvidemos la falta de protocolos en la gestión de un riesgo que debería haber estado evaluado, y que podrían haber salvado muchas vidas.

El apagón eléctrico de España del pasado 28 de abril, ha mostrado una vez más la fragilidad de nuestra sociedad por su dependencia tecnológica que debe ser alimentada con gran cantidad de energía, cuya producción no esta exenta de riesgos.

Desde la segunda mitad del siglo pasado el éxodo rural vació parte del territorio favoreciendo un modelo urbano en las zonas industriales del país. Las lamentables condiciones sociales y económicas en que vivían los campesinos favoreció la búsqueda del «vellocino de oro» en la oferta de trabajo que los polos de desarrollo ofertaban. Abandonaron un territorio, se borró una cultura que a lo largo del tiempo se rememora, se llega a idealizar en exceso, buscando la identidad perdida.

Ha supuesto una ordenación del territorio orientada a satisfacer las necesidades de las ciudades y las industrias, explotando colonialmente al resto del país. La destrucción del paisaje para obtener en su día carbón con el que alimentar a las centrales termoeléctricas, para inundar valles en los que se ahogo una cultura, para llenar de aerogeneradores y placas fotovoltaicas las sierras más naturalizadas del país, guillotinar los últimos campesinos y ganaderos que modelaron un territorio en el que residen nuestras raíces.

Nos alejamos del modelo sugerido por Schumacher, estamos construyendo un mundo cada vez más dependiente y monótono. En él los ciudadanos perdemos la capacidad de intervenir y nos vemos arrastrados por los intereses de las grandes corporaciones. La gobernanza se aleja de políticas que favorezcan el interés general y el bien común. Lejos de obtener el máximo bienestar con el menor consumo, sustentamos nuestro objetivo en la vida en consumir, lo que por otra parte viene a crearnos una insatisfacción continúa y la necesidad de un crecimiento continúo a costa de agotar unos recursos limitados.

La gestión de los recursos es injusta, aplicando la ley del más fuerte. Origina grandes desequilibrios en la geopolítica del Planeta y sentencia el futuro a las generaciones futuras. Un claro ejemplo es la polarización de la riqueza, la desigualdad creciente entre los pocos que tienen mucho -tanto que aún satisfaciendo todas sus necesidades y caprichos, siguen acumulando-, y el resto, la mayoría de la población, cada vez más pobre.

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