PAREDES DE YESO DESCARNADAS

 

 

Siempre me han llamado la atención el trabajo en piedra seca y su abandono. Son las primeras impresiones que siento al ver un pueblo abandonado. Después con el paso de los años y las conversaciones con amigos, como José Manuel Nicolau que me presentó a las gentes que desde décadas tienen abierta la lucha por salvar el pueblo de Artieda del pantano de Yesa,  comprendí el drama social de la gente que a la fuerza tuvo que abandonar  el pueblo de Santolea en Teruel. Aquellos años,  cuando publiqueé este artículo,    llegaba  a través de  la televisión la noticia de la expropiación de  Riaño. Se repetía una vez más la historia, y en esta ocasión con imagenes en directo contemplabamos como se dinamitaban las casas para forzar a su abandono, como años antes en un pequeño pueblo de Teruel, Santolea, sus habitantes lo abandonaron en dirección a los pueblos de colonización de Valmuel y Puigmoreno, mientras  sus casas se sumergian bajo el agua.

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Piedras rodando entre tierra polvorienta, curtida por el paso de los años, al paso de hombre, enfrentados a la vida para lograr un camino en su existencia. Ayer, tuvieron forma: una sobre otra; entre ellas travesaños de madera, constituyendo puertas y ventanas; algunas estampadas con el arte del cantero. Casas nacidas de la mano del hombre, para dar cobijo a la familia, en los frios invernales y calores del estio, extremos, en los páramos ibéricos.

En el subsuelo, restos de bodegas donde no hace muchos años se curaban los vinos de las cepas aún testigos de la historia. Bodegas donde tantas noches brotó alegría, extraña entre la crudeza de la vida en la montaña, y otras tantas fueron silencioso refugio de quienes huían de la crueldad de la guerra, que en el pasado y no hace tantos años ha recorrido estas Sierras.

Renegar de su tierra, de la vida que les toco vivir a las gentes de estos pueblos, llevó a su abandono. La injustificación de tanto trabajo, durante tanto tiempo, dedicado a generar un pueblo.

La esperanza quedó una vez en ilusión, para quienes cambiaron la tirania del arado por la esclavitud de la maquina, viviendo en construcciones de ladrillo con sabor a multitud y sin calor humano; desesperación para quien hoy no hace historia y ayer nació en una casa de piedra, con alero de madera y el enrejado de forja de la herrería de al lado del molino.

Pueblos abandonados ante el cierzo, observados por la luna, por el sol, las estrellas y aquellos animales, que antaño se guardaron de acercarse al hombre; el hombre, que les robo su tierra y no tuvo coraje para quedarse en ella. En las tinieblas, ahora vive el recuerdo del pasado, mientras de ellas, con la luz del amanecer, salen camino hacia la mejor alcoba de la casa, quienes antes, cuando el sol comenzaba a iluminar el rocio de la mañana, debían retirarse a la maraña impenetrable del bosque ó al más oscuro rincón de las cuevas.

Regresamos los hijos de los hijos para reencontrarnos con la tierra del abuelo; el padre, perdió su identidad con el éxodo. El abuelo, que trabajó pensando en nosotros cuando nadie sabía si seriamos engendrados.

Nos sentimos, entre las ruinas, nostálgicos del pasado y lo idealizamos. Olvidamos, la realidad de la dureza de la vida de aquellos, su economía de subsistencia, el hambre, el trabajo…, las ásperas relaciones sociales –dictadura del padre, del alcalde, del cacique…, del hermano-. Los valores humanos de aquel hombre, que hoy recordamos con el signo de la incultura sin ver su personalidad de hombre formado, evadida de los hombres de hoy, camuflados entre multitud, incluso para ellos mismos. Esos valores perdidos en una sociedad que los busca y no logra contener el estribo del caballo desbocado, que le lleva hacía ningún destino.

Años y años para levantar el pueblo, hoy muerto, sin que nadie sepa ni quiera salvarlo. El expolio invade las esquinas, el gamberro sus paredes, siquiera el refugio de la muerte queda a salvo de la mano desgarradora. Los recuerdos se entierran junto a los últimos muertos, en el más absoluto silencio, roto por el ruido de coche acelerado del hijo, que vino a cumplir con el respeto al padre y marcha con prisas, para no ver la tierra yerma, que lo mira pidiendo una explicación.

Triste quedan las calles, cuando, la lepra, que descarna los yesos de las paredes, y la cangrena, que amputa los pilares, se presenta delante de sus últimos testigos. Viejos, que rehusaron abandonar su tierra y envejecen con ella, ven hundirse las casas, impotentes de nada poder hacer, de quedar solos, sin fuerzas, para reparar las tejas, que el hielo del invierno desmenuza cada año, al igual que, en su interior, la carcoma vuelve polvo la madera de las vigas, las ventanas, las puertas, los muebles…, la historia, que se llevará el viento.

……………………………..

Lo que pasó, eso pasará
lo que sucedió, eso sucederá:
nada hay nuevo bajo el Sol.
“Mira, esto es nuevo”,
Ya sucedió en otros tiempos, mucho antes de nosotros.
Nadie se acuerda de lo antiguo
y lo mismo pasará con lo que venga.
Eclesiastés, 1:9-11

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