FUEGO

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En 1994, tras el gran incendio del Maestrazgo, se habló mucho de la necesidad de prevenir  catástrofes similares  cuyas causas había que buscar en  la falta de medios, el abandono rural,  las mal llamadas repoblaciones de coníferas, las excepcionales condiciones climáticas. Se vaticinó un futuro similar para nuestros montes si no se tomaban medidas  como: mayores medios y profesionalidad  para la extinción; medidas de prevención supliendo las actividades tradicionales  que por el  éxodo rural  se estaban perdiendo en los trabajos diarios del campo;  la necesidad de rediseñar  una nueva política forestal  para definir   las especies a utilizar en repoblaciones;   la creación de franjas,   de cultivo  agrícola o ganadero,  que sirvieran para romper  extensas superficie del pinar continuo, que en caso de arder resulta  imposible   parar.

El agua de otoño parece que,  a la vez que  apago los rescoldos de los pinos,  borro  las palabras discutidas en diversos foros  desarrollados en la zona.

Este verano ha vuelto  de nuevo un año de sequía, de gran calor, en una nueva España donde el sector primario ha perdido protagonismo,  y en la que amplias extensiones de bosques son en la actualidad, ante todo, zonas de ocio y turismo. El calor del fuego de nuevo ha reavivado la tensión social volcada ante la preocupación frente a  este grave problema nacional  y, muchos nos tememos, que de nuevo conforme  las lluvias de octubre vayan  enfriando las  ascuas, se enfríen los ánimos de afrontar con seriedad  y rigor este problema nacional cuyas consecuencias son la perdida de bosques junto a  los servicios ambientales que aporta a la sociedad, sin olvidar los recursos económicos que generan a los ayutamientos y particulares propietarios.

Nos asusta que las promesas en aportar dinero público olviden controlar  su  destino final. La falta de auditorias, con participación de diferentes sectores implicados,  exigiendo  unos resultados finales  para el esfuerzo económico invertido, sea motivo para que camuflado en llamados programas de desarrollo rural,  al final el esfuerzo económico de la sociedad no sirva para  lograr mayor seguridad en la conservación de  robledales, encinares, hayedos y pinares,  y dentro de unos años volvamos a volver a tener que  hablar de lo mismo.

 

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Publicado el 6 de septiembre de 2005 – Vilarluengo

 

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