
Hace treinta años un grupo de jóvenes de Ecologistas en Acción-Otus, soñaron con que podían cambiarse el rumbo del mundo. Iniciaron plantaciones de bellotas y plántulas de vegetación autóctona en diversos lugares donde el bosque había sido esquilmado por la mano del hombre. Contaban con tesón, más que medios y conocimiento con un proyecto sentado en la planificación. Con él tomaron las azadas para sembrar el campo.
Cometieron errores. En base a la falta de formación. En aquellos años, sin internet, documentarse suponía el trabajo de búsqueda bibliográfica no siempre alcanzable. Tampoco era sencillo contactar con quienes poder aportar consejos y sugerencias o intercambiar experiencias.
Esta vieja carrasca que apenas levanta cuatro dedos del suelo simboliza la resistencia a sobrevivir de aquel sueño. Su tamaño parece indicarnos que es jovén, pero su tronco habla de largos años de vida en los que se ha enfrentado a sequias o a la voraces dientes de un herbivoro y en él han quedado grabadas las heridas e incrustados los liquenes como esas viejas ballenas que surcan los oceanos con enormes manchas en su piel. De todas las que se plantaron en una superficie menor de una hectárea solo queda ella.
Otros proyectos desarrollados por equipos que contaron con suficiente presupuesto y apoyo institucional, solo subsistieron mientras la pantalla de la publicidad les enfocó. También fracasaron, porque cuando dejaron de ser el foco de atención pasaron al olvido: dejaron de recibir atenciones y cuidados.
Se estaba actuando y generando espacios domesticados. Como tales precisan de las caricias y atención de las manos que las plantaron, al menos hasta alcanzar la madurez para vivir solas. Años después hemos comprendido que no sólo es suficiente con incorporar nuevas especies a los ecosistemas, es necesario diseñarlos para que sean autosuficientes: completar las comunidades, restaurar su implantación con las características del medio físico. Lograr que sean capaces de recuperar sus funciones naturales.
He pasado por ese campo esta tarde y la he encontrado. Seguramente me ha contado estas reflexiones. Y su sola presencia me ha alegrado el corazón de saber que todavía hay esperanza. Ahora se rodea de un bosque de pinar carrasco que ha ido colonizando las tierras. En su sotobosque esta esta ella junto a brotes de sabinas que han ido depositando las poblaciones de aves con sus excrementos, acompañadas de espliegos y tomillos. Poco a poco el árido suelo de yesos y calizas se va cubriendo de una negra capa de humus, con los restos de hojas y ramas que las comunidades de invertebrados van descomponiendo.
Tardará, pero florecerá un día, y los granos de polen transportados por el viento o por insectos polinizadores lograran fecundar y dar un fruto. Si todo va bien el fruto llegará al suelo para iniciar el crecimiento de una nueva planta.
Hace poco leí «Sapiens. De animales a dioses» de Yuval Noah Harari, un excelente ensayo sobre la biografía de nuestra presencia en el mundo. Después he leido «La muerte del Comendador» de Murakami. Una conclusíon tras su lectura: es importante creer en las ideas.