No ha sido necesario escuchar a los meteorólogos en los medios de comunicación para saber que el otoño ha llegado. El campo ha comenzado a vestirse de colores ocres. Las hojas de los majuelos, arces, guillomos… se tiñen con esos tonos anaranjados, marrones…. incluso rojizos, que nos aportan melancolía en un nuevo ciclo que ha concluido. Cuando caen, las puntiagudas ramas de los espinos aún conservan sus pequeños frutos rojos en majuelos y rosales, morados en agracejos y endrinos; como las moras de la zarzamora que estos días nos endulzan el paladar y los recuerdos.
A su vez, el día comienza a acortarse. Las temperaturas suaves arrinconan al tórrido calor del estio. Las lluvias de su última semana, han humedecido el suelo y del él brota un intenso verde de los prados recuperando vigor. Ese prado rasurado comienza a oscurecerse allí donde champiñones, senderuelas y otros hongos brotan del suelo, son los últimos frutos, los que engullirá levantándolos con la jeta la jabalina acompañada de sus jabatos.
En el bancal ha quedado el armazón de una vaca para quien este verano fue el último. No ha sido ni el lobo ni el oso, aquí no los hay. No hay a quien echarle la culpa del continuo devenir del mundo campesino ahogado por los cambios sociales y económicos en los que resistir no es suficiente para sobrevivir. El mercado marca los hábitos de una sociedad, que se rige más por los precios y menos por una actitud comprometida con actividades que mejoran el mundo que le rodea, como lo es la cultura rural manteniendo ecosistemas de los que obtenemos servicios ambientales imprescindibles para vivir.
Al cadáver de la vaca no tardaron en acudir los buitres. Algarabía de carroñeros, iniciaron su baile ritual donde se mezcla el hambre y la agresividad que dictamina el turno para introducir su largo y pelado cuello por los orificios blandos del animal, y con su curvado y enorme pico rasgan las vísceras y carnes blandas, que van engullendo hasta hartarse de comida. En pocas horas la vaciaron, hasta dejar la carcasa de piel sostenida por las costillas. Así ha quedado el cuerpo momificado, todavía rodeando al cuello la tira de cuero de la que cuelga el cencerro. El invierno ira aplastado su cuerpo para terminar de engullirlo la Tierra.
Apenas unas pocas especies de sátiros vuelan. Desde Junio, el clima seco con continuas y sucesivas olas de calor agostó rápidamente el pasto. Las mariposas no han tenido su mejor año. Aquellas que dependen más de los prados no han debido reproducirse abundantemente, pues no hemos tenido ocasión de ver grupos de mariposas azules posadas y absorbiendo las sales del barro en los charcos.
Las plantas también han sufrido el estrés por el fuerte calor y los largos días de sequía. Las parcelas donde desde hace cinco años llevamos el seguimiento de una población de Erodium celtibericum, este año muestran plantas marchitas, algunas muertas, sobre todo aquellas que nacieron el año pasado y no tenían reservas para subsistir al calvario de este verano.
Los pájaros comienzan a agruparse en bandos. Quizás los frutos de esos arbustos que colorean el otoño, junto a las sabinas repletas de gálbulos y las encinas de bellotas, pequeñas pero abundantes, que han comenzado a caer al suelo, atraigan zorzales y otras aves. Huyen del frio del norte de Europa y se hospedan en las tierras del sur donde encuentran alimento en el invierno.
Y luego dicen que no hay cambio climático.
Qué pena de aquellos que miran hacia otro lado.
Saludos.
Cris.
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