La senda asciende sobre losas tumbadas de ásperas calizas cretácicas. Vamos ascendiendo conforme atravesamos los estratos cortados por la erosión en el flanco del sinclinal. Son capas carbonatadas estériles donde las raíces del boj solo encuentran cobijo en las grietas abiertas por el hielo, allí donde se ha ido acumulando algo de suelo fértil, el único lugar donde hallan el sustrato para crecer.
Curtidas por el viento, el agua y el hielo, abrasadas por el sol, constituyen en sí un paisaje donde la geología se muestra sin tapices que la oculten a la vista. La diferente dureza de cada una de las láminas, nos indica su origen: el clima, la profundidad del mar… la biodiversidad que nos ayudará a datar cronológigamente las piedras del lugar. Su respuesta a la erosión origina escarpes. A su vez los barrancos encajados abren el trazado por donde seguir ascendiendo. Son umbrías donde el pinar encuentra cobijo para prosperar y fondos de valle donde el hombre levantó paredes de piedra seca con las que construir muros que retuvieran la fuerza del agua; al hacerlo conservaban los sedimentos que arrastraba y esos bancales artificiales permitieron cultivar cereal. Al abandonarlas el bosque se regenerá en esos oasis de suelo mullido y profundo. En ocasiones los bloques nos cierran el pasó, han caido y rodados por la ladera desde las cornisas horadadas por el cierzo que han cedido a la ley de la gravedad y nos muestra la fuerza capaz de mover montañas a las que el hombre ha tenido que enfrentarse constantemente si quería vivir en ellas.
Seguimos el viejo camino de herradura por el que mulos cargados de lana, paños o sacos de trigo y cebada tirados del brazal por el campesino, se desplazaban desde la Cañada de Benatanduz hasta Fortanete.
Caminos, hoy pedregosos. En su día los transeuntes iban retirando las piedras que caian en medio, incluso en los pueblos se convocaba al concejo de vecinos para reparar los derrumbes ocasionados tras las tempestades del invierno o las tormentas del verano. Hoy no lo hacemos. Andar entre piedras es complicado. Nos gusta encontrar estos paisajes donde saboreamos nuestra historia y desgustamos el paisaje, pero no colaboramos en su mantenimiento, algo tan sencillo como agacharse para retirar la piedra cruzada en el camino: Craso error.
Desde que salimos de Fortanete nos acompaña la presencia del boj. En las tierras cercanas al pueblo, donde la presión arboricida del hombre fue más intensa, hoy casí es la única vegetación superviviente junto a tomillos, erizones y espliegos. Conforme nos vamos alejando el pinar silvestre recupera su espacio en los pedregales carcáreos e incluso alguna carrasca extiende sus raices y su copa abigarrada al suelo para sobrevivir en estas altas altitudes. Las cumbres alomadas, con suelos ricos en arcillas son recurso ganadero y el bosque da paso a pastizales moldeados por el ganado, también por el hacha y el fuego habilmente manejado por el hombre; sólo los ribazos conservan arbustos: hileras espinosas de rosales, endrinos, majuelos…. en los que pequeños pajaros encuentran ricos frutos para ganar grasa antes de la llegada del invierno, y que estos días en que se han desvestido de las hojas motean de puntitos rojos el horizonte que la nieve ha cubierto de blanco.
Este año ha llegado el invierno temprano. La nieve cubre ya los altos y el frio viento nos corta la cara. Al detenernos escuchamos su ulular en las copas de los árboles y el alto de la montaña, envolviendo el silencio del bosque.
La Capellanía es una masada que resiste. Símbolo de una cultura que construyó el paisaje. Las ovejas ya han bajado al pueblo y la mayoría de los rebaños han emprendido el viaje transhumante hacía el Reino.
En Fortanete vive Lionell Martorell. Desde hace cuarenta años no ha cesado en su empeño por conservar viva la cultura con la que se identifica. Buscar fórmulas para hacerla rentable y ser el recurso del que vivir su familia. Tambíen recuperar ganado autóctono, conserva el paisaje, las vías pecuarias que permitan mantener no sólo la tradición, también un modelo de explotación ganadera sostenible como es la trashumancia. En la década de los años noventa del siglo pasado refundó el Ligallo de Pastores Trahumantes, embarcado en un proyecto de volver a hilar el tejido social con el que mantener la vida en estas zonas rurales: la recuperación de la Fiesta de San Pedro en Fortanete (Teruel) como día de encuentro de pastores.
Lo logró. Sus hijos han emprendido el relevo. Desde la identidad de querer seguir habitando esta tierra, con la experiencia aprendida desde niños en el trabajo con la familia y su formación profesional en contacto con la realidad social que les rodea, han tomado plena conciencia del tiempo que les toca vivir. Ellos son el pilar para mantener habitados estos pueblos, para seguir construyendo estos paisajes y erigir la dignidad de una manera de vivir. Si hay alguien capaz de dar un giro a la tendencia hacía la despoblación rural, son ellos. No sólo son los garantes de su proyecto personal, su trabajo es necesario para no perder los servicios ecosistémicos que nuestra sociedad precisa y nos proporciona la naturaleza.
Han retrasado el viaje del ganado al Delta del Ebro y el invierno les ha pillado en la montaña. Las ovejas las cargaran en camiones, aúnque el regreso en primavera lo volveran 1 realizar andando por las viejas cañadas, las mismas por las que en pocos días comenzaran a bajar hasta Amposta con las vacas avileñas. Lo harán desde el barranco de Foticos, un enclave botánico de gran importancia ambiental vinculado a que el ovejas y vacas sigan pastando en sus laderas. Aún cuando las masadas ya no estan habitadas, el lugar es un archivo histórico de la historia de este lugar y un legado medioambiental.
Atravesando este paisaje cultural llegamos hasta las ruinas de un castillo en medio de la ladera, oteando la cabecera de la rambla del Malburgo. Obstinado en conservarse en pie, sus ruinas son testigos de siglos de historia, de relación entre el hombre y el territorio.
https://es.wikiloc.com/wikiloc/spatialArtifacts.do?event=setCurrentSpatialArtifact&id=43700773
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