
Ya son seis semanas de confinamiento. Comenzamos a pensar en el mañana. Nos ilusionamos con la idea de que esta experiencia nos ayude a reconstruir un mundo más seguro, más justo, más equitativo …. en el que nos sintamos COMUNIDAD. En un modelo donde se ha impuesto el individualismo:»lo bueno, para mí», no es fácil poner en valor que: «lo bueno, para todos» es lo mejor para mí. Necesitamos sellar un pacto que reconstruya la sociedad donde queremos vivir. En él es necesario señalar una línea que limite los valores comunes en salud, educación, servicio sociales, redistribución de la riqueza, limites al crecimiento para conservar el medio ambiente (nuestro hábitat)…para que no puedan ser excluidos por intereses privados, que anularían nuestro sentir comunitario. La sociedad debe asentarse sobre servicios públicos para lo que debemos encontrar formulas de financiación basadas en una fiscalidad progresiva que ayude a disminuir las desigualdades y garantizar un reparto justo de los recursos. Además debe ser capaz de garantizar no sólo la libertad del individuo, sino facilitar su participación en la vida pública, donde debe exigirse total transparencia, garantía para no perder la confianza del ciudadano en un sistema democrático. Tras concluir la emisión de los documentales de Iñaqui Gabilongo: «Volver a ser otros» (episodio 4), es la conclusión que creo ha querido transmitirnos, al menos esa es mi interpretación.

Desde el observatorio de mi ventana contemplo la primavera que este año vemos avanzar sin apenas poderla tocar. Recojo los sentimientos, que me inspira, en un diario abierto en el cuaderno que me regaló Alicia en mi 59 cumpleaños, encuadernado por ella e iniciado con estas ilustraciones suyas, que reflejan mi pasion cuando cada semana acudo al monte de Castelfrio a censar mariposas para el proyecto BMS Spain. Al recibirlo asumí el compromiso de escribir y dibujar en sus hojas en blanco. A ello dedico una parte del mi tiempo, con el aliciente de un día ser capaz de dibujar como ella.

En esas ensoñaciones pienso en el mañana cuando de nuevo abramos la puerta de nuestra casa y salgamos. Me veo paseando, junto a María Jesús, por viejos caminos, recorriendo pueblos del Maestrazgo y la Sierra de Gudar y descansando en algún portal al atardecer, antes de retirarnos a dormir en la fonda, hablando con las gentes del pueblo. Con los jóvenes de sus proyectos de futuro. Con los viejos compartiendo viejas historias, que por no escritas pueden perderse en el olvido.
También reflexiono sobre la nueva sociedad que debe surgir tras esta experiencia, que nos obliga a «resetear», que nos ha traído un gran dolor y nos arrastra a una crisis en la que son muchos los que seguirán sufriendo. Sinceramente, no veo grandes cambios a corto plazo.
Creo, que la ansiedad por retornar a la normalidad nos va a llevar a acelerarnos en recuperar el tiempo perdido, lo que sin duda va a empeorar el mundo que ya dejamos en una grave crisis social, ambiental y económica. Estos días de confinamiento no lo han sido de silencio. Las noticias nos han inundado por diferentes medios y no siempre la información que nos han transmitido tenía la intención de informarnos con veracidad, son muchos los casos en los que la información volcada a las redes sociales no solamente eran bulos, también pretenden apuñalar por la espalda. Siento que, como sociedad, somos bastantes apáticos en participar en la vida pública, dejando el camino abierto a lideres políticos capaces de empeorar todavía más la situación y son muchas las ocasiones que sus palabras están envenenadas para dificultar la convivencia.
Quizás nuestra generación lo merezca por esa falta de compromiso por lo común. Incluso, puede, que ver nuestro final en 20 o 30 años no nos ayude a incentivarnos para cambiar el modelo. Pero la generación de jóvenes y niños, la de nuestros hijos que nos empujan y aquellas que deben venir después, se merecen un mundo mejor o al menos facilitarles que puedan realizar los cambios necesarios para que ellos con su formación profesional y humana puedan construir un futuro. Es nuestra responsabilidad con ellos, necesaria para podernos ir en paz. Y sería bueno que unos y otros profundizáramos en nuestro origen para, con humildad, conocernos.
¡Precioso, Ángel!
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