
Comenzamos el proceso al que llaman “desescalada” por el que vamos a volver a salir de casa. En estos días, a lo largo del que llaman “confinamiento”, desde nuestro observatorio en la ventana hemos seguido la cría de un nido de tórtola turca: la cópula de los padres, la construcción de nido, la incubación de los huevos, el nacimiento de los pollos. Hoy, los pichones plumados han comenzado a realizar ejercicios de vuelo, se asoman al abismo bajo su nido del que caerán a plomo sino son capaces de volar. Me veo como ellos, yo en la puerta de casa, pendiente de salir cuando durante una hora podamos realizar un paseo por la ciudad.
Casi cincuenta días cerrados en noventa metro cuadrados dejan huella. Psicológicamente la vida ha tenido el peligro de reducirla a convivir con el COVID 19. Hemos tenido que aislarnos y limitar el acceso a las noticias que llegaban por la televisión, la radio, la prensa…, las redes sociales tan envenenadas con noticias no contrastadas. Ha sido necesario reprogramar el día, estableciendo horarios para hacer ejercicio, labores domésticas, lectura, estudio, trabajo… Aún así sientes los músculos frágiles y te preocupa como responderás a un paseo de una hora después de dos meses ultra-sedentarios. Aunque, soy consciente de que hablo desde una situación privilegiada, que no todos los ciudadanos de este país disfrutan, noto la incertidumbre por saber cómo será la vida a partir de ahora en nuestras relaciones sociales, en nuestro ocio, en nuestro proceso productivo… Con gran esfuerzo de los trabajadores de este país en los servicios esenciales, hemos sido capaces de superar el colapso sanitario que hemos vivimos y acceder a productos básicos. No dudo de la capacidad de los ciudadanos para reinventarse y afrontar los exigentes retos que se presentan para superar la enorme crisis socio-económica a la que nos enfrentamos. Tengo mis dudas respecto a la clase política, si será capaz de afrontar el desafío de dirigir el proceso, enfrascados como están en una lucha constante por ocupar el podium, como adolescentes inseguros y desorientados con altos niveles de testosterona, que les impide afrontar con rigor la responsabilidad que tienen en sus manos.
Hemos visto desaparecer el mes de Abril del 2020 sin poder disfrutar de esta primavera lluviosa. Soñamos con poder llegar a tiempo para saborear los campos verdes cubiertos de amapolas. Aunque ya llegamos tarde para volver a sentir la eclosión anual de la mariposas montañesa primaveral en las parameras ibéricas, algunas presentes en el Parque Cultural del Chopo Cabecero en las tierras altas del Alfambra.
Vivo en Teruel, una provincia pequeña que capitaliza el vacío poblacional de amplios territorios de España por un modelo de desarrollo que ha impulsado el éxodo hacía las grandes ciudades.
Vivíamos ya en crisis, con la esperanza puesta en el turismo que en los últimos años ha impulsado amplios sectores económicos de la población. Confiando en que la llegada de infraestructuras, como el corredor ferroviario de mercancías cántabrico-mediterráneo, favorezcan asentar centros logísticos; proyectos como el aeropuerto de Caudé con grandes perspectivas de futuro. El sector primario en los últimos años se ha volcado a la cría de cerdos, con una gran dependencia de la capacidad del exterior para absorber su producción, con riesgos al superar la capacidad de carga del territorio por el impacto ambiental de concentraciones de granjas. La agricultura intensiva de cereal de estos secanos ha encontrado en las granjas un aliado para sobrevivir. Otros emprendedores han valorado el arraigo a su tierra y a sus tradiciones para impulsar pequeños proyectos de ganadería extensiva en explotaciones de ovino, de terneras del terreno, algunas con “sabor trashumante”, buscando abrir un mercado local con el que subsistir y manteniendo una actividad imprescindible para conservar la naturaleza.
Pendientes del desafió abierto en las Cuencas Mineras por el proceso de “descarbonización” que ha cerrado la Central Térmica de Andorra. Tememos su sustitución por la apuesta en grandes instalaciones de Parques Eólicos, de también grandes complejos empresariales, desafiando el reto de conservar el paisaje y la naturaleza privilegiada de las Sierras de Gudar-Maestrazgo, Albarracín o la Comarca del Matarranya, su patrimonio más valioso.
Estamos expectantes a como reaccionaran los viajeros en la opción de acceder a parques temáticos, pistas de esquí, pueblos monumentales con altas concentraciones de visitantes….. Podemos sufrir el descalabro de perder ese potencial turístico, que se estaba desarrollando.
Contamos con un territorio extenso con una baja densidad de población y con valores patrimoniales y naturales. Ofrece el atractivo de conocerlo y visitarlo evitando el riesgo de concentraciones multitudinarias de gentes ansiosas, buscando formulas para desarrollar experiencias que se ajusten al nuevo modelo de vida. La oportunidad de optar por vivir en un espacio saludable, pero para ello se necesita mejorar los servicios sanitarios, de educación…. reconstruir un tejido social que se ha ido deshilando en estos años.
Ese territorio, un extenso parque cultural y natural temático, precisa mantener actividades tradicionales que lo modelan y puede generar puestos de trabajo para vigilar y guiar las visitas…. como de técnicos para conservar y recuperar. Puede ser el germen de alojamientos y restaurantes, también comercios. La gestión de Parques Culturales de la provincia o los trabajos de recuperación de lugares singulares como el humedal de la Laguna del Cañizar en Villarquemado son un ejemplo de otros modelos de desarrollo para dinamizar la economía local, que quizás hasta hoy han sido minusvalorados.
Nos enfrentarnos al reto de la reconstrucción desde una posición ventajosa para adaptarse a las nuevas normas que va a imponer nuestra convivencia con una pandemia, que de momento sigue sin conocerse en profundidad.
A nuestra sociedad desarrollada, acostumbrada a que la tecnología le solucione siempre los problemas y le facilite la vida, le gustaría que el virus fuera producto de un laboratorio, que esos mismos laboratorios desarrollaran una vacuna y que el mundo volviera a ser el mismo.
Olvidamos también que 1% de la población del Planeta acapara tanta riqueza como la repartida para el resto de la humanidad. Deberíamos recordar que el mundo que dejamos tenía una asignatura pendiente: lograr un desarrollo sostenible y con equidad.