
La montaña se rasga en profundos barrancos encajados por el agua. El perfil de las rocas deja ver pliegues y fracturas. Moles calcáreas retorcida del Maestrazgo y la Sierra de Gúdar serpenteadas por ríos en su camino al Mediterráneo.

Pendientes en las que los pinos negrales anclan sus raíces para no irse a la deriva.
Entre tanta aspereza surgen laderas de arcillas que descienden abombadas y se cubren con un tapiz de pastizal rasurado por los rebaños.

Muros de piedra seca retienen bancales. También levantan parideras e incluso masadas donde aún viven los últimos de estos lugares.
En la soledad de aquí aún es posible encontrar la calma. Y sin embargo lejos de sacralizar estos paisajes hay que quien pretende contaminarlos de molinos y líneas aéreas con búnkeres de hormigón donde sujetar torres de 100 metros de altura . Tapar hectáreas de campo con placas fotovoltaicas.
Todo ello como un nuevo modelo de desarrollo que movilice dinero.
El dinero no lo es todo. Perderemos un ritmo cotidiano que sólo quien sienten arraigo a estas tierras es capaz de seguir.
Se acelerará y en el camino perderemos tanto que ya nunca regresaremos.
