
El rio Linares discurre por escarpadas hoces que dificultan desplazarse por su cauce. Hemos de caminar por sus empinadas laderas. Por las mismas por donde discurren los senderos que durante años permitieron comunicarse a las gentes de los pueblos y masadas. A través de ellas fluía un comercio de trueque: subían hortalizas de las huertas del cauce bajo y desde las partes altas bajaban lana, cereal, miel o leña.

Iniciamos nuestro paseo en Castelvispal. Una aldea medieval cuyos orígenes encontramos en el siglo XIII cuando Pedro II asigna a los monjes de la Selva Mayor la repoblación de «Las Cuevas de Domingo Arquero». Ni esta ni otros intentos de atraer población tuvieron éxito; sería por la dureza del terreno, por la escasez de recursos o el valle aislado. Apenas 7 vecinos fiscales (20 personas) habitaban en el medievo, medio centenar de habitantes en 1414 y el censo de 2020 del Instituto Nacional de Estadística refleja 4 habitantes.

Una fabrica de hilos, debajo del pueblo en la orilla izquierda del río, debió incentivar la población a partir del siglo XVI, cuando parte de la producción de lana que producción las ovejas que pastaban en el Maestrazgo y la Sierra de Gudar se procesaban desde dentro del territorio. A partir del siglo XVIII la revolución industrial, la irrupción de la maquina de vapor generado al quemar carbón, trasladó la industria de transformación de la lana a las vecinas tierras catalanas. Hoy la nave son ruinas en las que todavía pueden apreciarse un amasijo de metal y madera enrunado por los cascotes de las paredes del edificio: es lo que queda de las maquinas impulsadas por la fuerza del agua.
El tamaño del pueblo apenas ha variado con el transcurrir del tiempo. Hoy las casas están en buen estado de conservación y la Iglesia románica, en su origen, sigue en pie. Es un pueblo para veranear los hijos de los vecinos que quedan y los de aquellos que se marcharon pero no olvidaron sus orígenes, que han cuidado, donde periódicamente han regresado al menos a celebrar las fiestas anuales. El turismo no termina de acercarse, quizás por no recorrer los apenas 10 km. de estrecha carretera asfaltada y con más de un bache. Se toma en un cruce que encontramos a escasos kilómetros de la carretera que desde Rubielos de Mora asciende hasta Mosqueruela, a unos dos metros angtes de llegar a Linares de Mora (Castelvispal es un barrio de este municipio).

En la década de los años 80 del siglo XX las masadas abandonadas distribuidas a lo largo del valle vivieron el intento de recuperación por algunas gentes llegadas de la ciudad con ganas de reencontrase con el campo. De aquella experiencia, en nuestro paseo encontramos algunas todavía hoy habitadas donde apreciamos el cuidado con el que se ha ido restaurando las ruinas que encontraron, donde ha quedado impresa la huella de quienes construyeron un hogar en el que han criado a sus hijos en contacto directo con la naturaleza. En otras el abandonó ganó la batalla: la casa ardió y apenas conserva las paredes y alguna balconada junto a las maderas del alero, también juguetes de niños conviven con cascotes de piedra y cal, que nos hablan de un abandono precipitado y doloroso.

Aquellos años un sacerdote de Puertomingalvo publicaba en el Diario de Teruel artículos reivindicando la atención de la provincia hacia estos pueblos que se despoblaban. Desde su vocación, cada domingo transitaba las sendas para celebrar la misa en Castelvispal. Creo recordar que a través de una Fundación religiosa con propiedades forestales, con origen medievales, intento fomentar algún proyecto para ayudar a revitalizar el valle. Desconozco si al final tuvo éxito.
Desde la fabrica de hilos, aprovechando una pista forestal y tras cruzar el cauce del río Linares, avanzamos por la margen derecha dentro de un pinar negral con un sotobosque de romero, que aromatiza agradablemente el entorno, hasta llegar al barranco de Nogueras. En la masada que atravesamos se percibe la ilusión de años trabajando en hacer habitable de nuevo este lugar: algunos animales como caballos, pequeños detalles escultóricos bordean el camino, los geranios en flor en la puerta de la casa, la casita de madera de los niños junto a la senda que baja al río. Un cartel en la valla nos pide al caminante que respetemos el lugar y cerremos la portera para que no escapen los animales, pero no nos cierra el paso; se agradece ese detalle y sentimos no encontrarnos con el propietario para agradecerle su hospitalidad.
A través de un dificultoso sendero cerrado por la vegetación descendemos hasta El Molino Viejo. Allí nos encontramos con una pasarela de madera para cruzar el río y que es parte de un sendero de pequeño recorrido que desde Puertomingalvo lleva a la cascada del Arquero. Seguimos la senda señalizada con rayas paralelas blanca y amarilla hasta su origen. Un pueblo con varios establecimientos hoteleros donde podemos reponer fuerzas y descansar entre una arquitectura tradicional levantada fundamentalmente en tiempos del Renacimiento.

Desde aquí Iniciamos el regreso por un camino de herradura o mulero, señalizado con marcas de pequeño recorrido que llega hasta Castelvispal. Un empedrado camino, en ocasiones literalmente agarrado a la pared de roca, discurre bajo los cinglos. Es un mirador excepcional para observar el espectacular paisaje de este valle. Nos recostamos sobre rocas calizas del Cretácico, el último periodo geológico en que el suelo de estas tierras estuvo bajo el mar: los fósiles incrustados nos permiten afirmarlo. Un denso bosque de pino negral, con quejigos, encinas y arces, también enebros, va recuperando el espacio y en ese hábitat la cabra montes encuentran un entorno donde prosperar. Conviene comparar las fotografías de los vuelos americanos de los años cincuenta del siglo pasado con las actuales para ver valorar la impresionante regeneración de la masa forestal. El bosque invade los bancales retenidos con muros de piedra seca que se extienden a lo largo de estas laderas.
