MIKAELA HUELE LA TORMENTA

Serrana Ibérica turolense

Mikaela es la vaca que manda hoy en nuestro rebaño. Cuando el abuelo, incapacitado por el ictus que le dejó la mitad del cuerpo paralizada, solo podía ver las reses sentado en la bancada de piedra junto la puerta del corral, se fijó en la joven ternera con temperamento de líder a la vez que era dócil, siempre atenta a los movimientos de aquella vieja vaca de color atigrado que entonces mandaba en el corral. Decidió que no sería para chuleta y le puso nombre. A partir de ese momento era un miembro de la masada.

La tormenta del verano pasado no le asustó. Fue capaz de prever su llegada. Husmeó el viento y oteó el horizonte. Lanzó un fuerte mugido y comenzó a andar hacía el abrigo, allí donde en medio de la ladera del pinar sobresalía una pared de roca caliza con forma de media bóveda. Conocía el recorrido que había que hacer cuando el cielo se oscurecía y el viento llegaba cargado de humedad. Lo aprendió en aquel valle de la Sierra de Gúdar donde nació, como tantas vacas que a lo largo de generaciones ejercieron de guías porque adquirieron la sabiduría al observar las costumbres que los pastores iban fijando en los animales basadas en la experiencia. Los ganadores cuidaban que liderará el ganado aquellos que habían curtido el arraigo al lugar.

El resto de los animales escucharon la llamada y orientándose con el sonido del cencerro, emprendieron el trote tras ella. Casi cincuenta ejemplares entre las novillas, las madres con los terneros y también el semental que acompañaba a las que todavía no estaban preñadas. En fila india llegaron al abrigo y ubicaron los becerros junto a la pared, rodeándolos fueron arrimándose el resto al resguardo de la cúpula rupestre.

Comenzó la lluvia acompañada de un aluvión de piedras de hielo que cubrieron el suelo de ramas rotas de pinos, junto a piñas y acículas. En las zarzamoras que crecen junto al riachuelo no quedó ningún fruto, que aquellos días de finales de agosto ya estaban maduros.

Este año no hemos tenido en la masada mermelada de mora. Pero ninguna de las vacas murió por la tormenta y en la feria de Cedríllas se vendieron todos los terneros.

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