
No es discutible la fe, pero sí la ciencia, yo prefiero depositar mi confianza en esta. El trabajo constante de los investigadores sustentando en el método científico permite desentrañar el conocimiento de nuestro entorno. Lo que para el observador eran suposiciones y opiniones, el científico ratifica o desecha sobre la base de su estudio. En base a los paradigmas que surgen de su trabajo debiéramos ser capaces de planificar el futuro.
La defoliación de los pinares por la procesionaria del pino en los montes es un fenómeno que no solo se incrementa año tras año, también se viene observando atribuido al cambio del clima un adelantamiento del periodo en que las orugas se entierran. Cerca de la ciudad de Teruel observamos el avance del marchitamiento en los bosques de Pinus nigra que al llegar el invierno comienzan a ser devorados por la Thaumetopoea pityocampa.
El pino negral es una especie autóctona que encuentra su óptimo de distribución en la sierras del Sistema Ibérico, con un clima oromediterráneo en el que el frío intenso limita el ciclo vegetativo y la escasez de precipitaciones se compensa, por una parte por la altitud que favorece temperaturas menores frenando la evapotranspiración, por otra las tormentas estivales aportan agua en los periodo de máximo estiaje evitando periodos de estrés hídrico. El tronco retorcido y con cicatrices habla de la dureza a la que les somete este territorio, muestra el esfuerzo por sobrevivir de estos ejemplares, árboles padres que proporcionan la semilla para nuevos reclutamientos en una especie en la que la regeneración es lenta y difícil. Nos llama la atención los grandes y rectos fustes coronados por una copa parasol. Aunque los viejos árboles con capacidad de resiliencia para sobreponerse a las vicisitudes que les somete la vida y superar las crisis, son aquellos abigarrados, anclados a la áspera roca caliza, doblados por el viento en las zonas más expuestas de las laderas, en ocasiones mutilados han tenido que recomponer su porte con las nuevas ramas.
El pinar resiste a la perturbación que infringe el lepidóptero. La primavera renueva las acículas dañadas y sobrevive la masa forestal, salvo aquellos ejemplares más débiles. Antaño la plaga era tratada con fumigaciones, incluso llegó a utilizarse el DDT. Lejos de controlarla, el uso de insecticidas afectaba gravemente a todo el ecosistema, de tal forma que desestabilizaba los mecanismos de regulación natural. Es cierto que en zonas de uso recreativo supone un riesgo para la población, que puede sufrir los efectos desagradables de la urticaria al tocar zonas transitadas por la oruga o en el contacto directo con esta, solo en estos casos puede justificarse la utilización de biocidas, aunque sería preferible la utilización de métodos físicos que le impidan descender al suelo.
Acabo de leer “La muerte de los bosques” del ecólogo Francisco Lloret. La guadaña que asola los bosques del planeta la ubica en el proceso acelerado de cambio climático que sufre el Planeta, en parte motivado por la acción del hombre en una civilización sustentada en los combustibles fósiles. El ritmo que imprimimos dificulta la capacidad de adaptación de las plantas y los relevos en la sucesión como respuesta a las perturbaciones, con el riesgo de agravar el problema al dejar un suelo desnudo, frágil, donde la erosión puede sentenciar al hábitat que hemos conocido hasta hoy, no solo desplazando los bosques, sino también los servicios ambientales que obtenemos de estos.

La sequía, que se va acumulando año tras año, es una de las causas que favorecen las constantes plagas de la procesionaria y el incremento de la temperatura le permite sobrevivir cada año a más alta altitud y ampliar su área de afección. Bajo los fustes de los pinos rebrotan sabinas y también las encinas, favorecidas por un aumento de la temperatura. Esperan el momento favorable para constituir los nuevos bosques del futuro, que nuestra generación no llegará a disfrutar, pero que hoy podemos intuir analizando las observaciones que apreciamos en nuestro entorno más cercano.