
Con la confianza en el ecólogo Jaume Terradas me adentro en la lectura del «El primate que cambió el mundo. Nuestra relación con la naturaleza desde las cavernas hasta hoy» de Alex Richter-Boix. Sus publicaciones sobre ecología urbana o ecología vegetal nos facilitaron aprender conceptos del funcionamiento de los ecosistemas. Actualmente en su sección del blog de CREAF, Los apuntes de Terradas, nos facilita ensayos que nos hacen reflexionar sobre conceptos, en ocasiones como es este caso recomendándonos lecturas de autores pertenecientes a una nueva generación, nutrida de quienes en las últimas décadas del siglo XX consolidaron la ciencia de la Ecología.
Tras un análisis de la impronta del Homo Sapiens en el Planeta a lo largo de la historia, nos invita a reflexionar sobre el momento en que vivimos en el difícil reto de salvar nuestra civilización del colapso y detener el ritmo de la sexta extinción para conservar la biodiversidad.
Cuestiona las ventajas en la obstinación de atribuir a todos los organismos una utilidad. Nos invita a percibir la vida salvaje como un placer necesario: La naturaleza nos habla con honestidad. Volver a ella es regresar a un lugar majestuoso que hace visible la belleza de una evolución indiferente a nuestra presencia. Concluye con párrafos como el que nos dice: La vida tiende a la exuberancia, a la diversificación, a la búsqueda de alternativas. La humanidad a simplificarlo todo. Le cuesta enfrentarse a la diversidad; la teme, la rehúye, incluso en el seno de sus sociedades….. Lo que vemos en el paisaje natural son los ecos de una vida compartida durante millones de años. La biodiversidad es la matriz de la que surgió la mente humana. Fuera de ella nuestra especie no tendría sentido. Somo uno y el mundo.
Nuestro pensamiento antropocéntrico se sustenta en que nuestra memoria no puede remontarse a momentos en el que podamos retener la imagen de una naturaleza sin alteración por los humanos. Y cada generación en el tiempo representa tan poco, que cada una ve el pasado de una forma diferente.
Mis abuelos rememorarían el pasado de la fotografía de la Masada Cavada de Monteagudo del Castillo (Teruel), que encabeza este artículo, como un espacio habitado. Conviviendo varias generaciones sustentadas con el trabajo de los campos en base a la actividad agraria y ganadera para obtener los recursos con los que vivir. Entre ellos la obtención de biomasa vegetal, de leña, para mantener vivo el fuego que da energía a las actividades vitales como alimentarse, calentarse, reencontrarse en torno al fuego para compartir el momento. Este último instante, heredado de generaciones miles de años anteriores cuando el homo habitaba en las cavernas.
Mis padres la sentirían como el el lugar que abandonaron de niños para emprender una nueva vida en la ciudad. En el trabajo de sacar a delante la familia en el día a día apenas encontraron espacio para regresar, ni tan siquiera para recordar. Los hijos obtuvimos los recuerdos de los relatos de los abuelos, que convivieron en la familia durante los últimos años de su vida.
Hoy nosotros sentimos en la fotografía el abandono. Este es el protagonista que permite recuperar el espacio perdido por la vida silvestre. Los campos de cultivo son pastizales en proceso de volver a colonizarse con arbustos y árboles. Las bandadas de fringílidos que vivían en el ecosistema agrario, dan paso al regreso de los herbívoros con el retorno del bosque. Y en torno a este nuevo habitat, en el que pierde protagonismo los humanos, regresa el lobo sin necesidad de reintroducirlo.
Cambios profundos que debemos observar sin conclusiones simplistas, que no nos permiten interpretar la realidad.
Pero lean el libro y reflexionen con su lectura.