En 1972 la Asamblea General de las Naciones Unidas designó la fecha del 5 de junio como “Día Mundial de Medio Ambiente”, en recuerdo de la inauguración en Estocolmo de la Conferencia sobre el Medio Humano.
Hace treinta años la salud ambiental brotaba en el aire de la mano de los vecinos de mi barrio. Aún cuando no había recogida de basura a domicilio, los residuos no presentaban especial importancia por el escaso volumen y la inocuidad de aquellos restos: las gallinas y los conejos comían las sobras de la comida; el estiércol se amontonaba en la era, para tras voltearlo abonar la huerta; y a los escasos envases siempre se les encontraba un uso en una economía en la que los lujos escaseaban. Los niños disfrutábamos de la calle. Cerca de las casas era fácil observar algún zorro; conejos silvestres; pájaros, desaparecidos hoy de las puertas de la ciudad; erizos e incluso alguna serpiente, que en ocasiones entraba al corral en busca de alguna rata atrevida.
Hoy disponemos de contenedores de basura, que son insuficientes para recoger las bolsas diarias destinadas a amontonarse en un vertedero comarcal, pero no existe una gestión para minimizar los residuos con el objetivo de: reutilizar, recuperar y reciclar.
Preocupados por mantener nuestros altos índices de consumo no responsable, el Día del Medio Ambiente pasa desapercibido en una sociedad más pendiente de mantener un ritmo de vida, a cuyo compás no vamos a hallar solución a los conflictos sociales y ambientales.
Un año más, la publicidad será la gran beneficiada de esta celebración. Algunos recordaremos tiempos pasados cuando nadie hablaba de Naturaleza, pero muchos disfrutábamos de una riqueza en calidad ambiental, que nunca debimos tirar por la borda del barco del desarrollo.
El Medio Ambiente se ha convertido en un elemento más de consumo y reclamo publicitario. Unos se apuntan al eslogan de “Municipio Verde” para recibir subvenciones en proyectos de desarrollo, que precisamente serán responsables del deterioro y perdida de estado optimo de bienestar ambiental de amplias zonas rurales. Mientras otros, como los pastores trashumantes de Gudar, pese a que su trabajo diario es un ejemplo de gestión sostenible de los ecosistemas de montaña, seguirán sufriendo la desprotección oficial, indispensable para conservar esta actividad responsable de la conservación del paisaje. Ambiguas definiciones teóricas sobre Desarrollo Sostenible encabezan grandes proyectos económicos, en tanto dejamos extinguir culturas y aprovechamientos tradicionales con una gestión racional y sostenible del territorio, todavía hoy presentes allí, donde la ambición por el dólar no ha ganado la batalla a la generosa vocación de mirar hacía quienes han de vivir mañana.