Durante esta primavera en la ciudad de Teruel hemos tenido la oportunidad de escuchar voces fundadas no solo en sentimientos, sino en la rigidez de la investigación histórica, rindiendo un homenaje, en el 75 aniversario de su proclamación, a la Segunda República Española. Han narrado su andadura en España y constatado, que pese a su corta vida, este periodo histórico significó una apuesta por la libertad y la democracia del país. Su final, no se debió a la perdida de apoyo popular, sino a la rebelión de un sector militar arropado por la oligarquía del país, que temió perder su influencia social y económica: sus privilegios.
No es de extrañar, que a pesar de las bondades del actual momento tras recobrar la democracia, gran parte de la población no terminemos de integrar como nuestra la bandera roja y gualda, pese al cambio de su escudo interior, teniendo en cuenta las formas en que se impusieron estos colores como nacionales; responsables de una guerra civil, miles de muertos, desplazados y el desgarro al país de su vocación europea durante cuarenta años, lo que significó: atraso social, económico y de libertad.
Abogo hoy por los colores del arcoiris como proyecto valido de futuro para un Planeta cada vez más globalizado en el devenir de deterioro social y ambiental. No obstante, cuando estos días seguimos el mundial de fútbol y vemos países plenamente identificados con su bandera, siento cierta envidia sana y no me importaría vivir esas sensaciones. Para ello habría que dejar a este territorio definir el color que identifique el proyecto común consensuado.
Sin duda algunos apostamos por recuperar la tricolor, en su claro significado de dignidad de un país, en el que mientras ondearon las barras roja, amarilla y morada se apostó por los derechos ciudadanos, un estado laico, la educación, la cultura. Un tiempo en el que los españoles divisaron no sólo La Libertad, también una apuesta por la igualdad y la equidad.
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