PIEDRA SOBRE PIEDRA

Desde que visité el pueblo abandonado de Santolea siempre me ha llamado la atención los muros de piedra. El trabajo de años,  se derrumba por el abandono de los pueblos desde el  éxodo rural iniciado en los años sesenta del pasado siglo, ante el triunfo de la sociedad urbana, que atrae la población o la expulsa de su tierra para satisfacer sus necesidades. Como es el caso de la gente expropiada para construir pantanos.

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El paisaje de la Sierra de Gúdar ofrece un mosaico de muros de piedra, que durante años han arañado bancales de cultivo a la pendiente de la ladera ó delimitando propiedades de pastos y territoriales.

Se desarrolló el trabajo durante la invernada, que se gestaba bajo los rigores del clima de estas sierras, aprovechando unos recursos, las piedras, que estaban en el mismo terreno y que aparecían en superficie cada año cuando se labraba para sembrar el centeno.

Se desploman las paredes y los bancales se llenan de jóvenes sabinas y pinos. El laberinto de pasos entre fincas, cabañeras de pasos de ganado y vías para comunicarse entre pueblos y masías con caballerías ó andando, hoy se invade de matorral -zarzas, majuelos, rosales y éndrinos-, que teje una barrera infranqueable con púas enfocadas a quien ose atravesarlos. Junto a ellos, la sabina milenaria aguanta impasible, al igual que aguantó cuando hace décadas, los hombres comenzaron a ganar terreno al bosque. Ella, apenas ha variado su aspecto desde entonces, las arrugas de su vejez no se han modificado, quizá algunas raíces se han desnudado al paso de una nueva pista para el transito de tractores y el todo terreno.

Piedras sobre piedras aguantadas con su peso y buscando la cara coincidente para sostenerse en pie –un reto para ajustarse a la segunda ley de la termodinámica -“Entropía”- y mantener el equilibrio, sabiendo que roto éste, el proceso domino se genera sin conocer los resultados finales. Entre ellas huecos rellenos de tierra, donde semillas de plantas encuentran cobijo, refugio entre la competencia, para llegar a un espacio donde germinar. Agujeros donde encuentran abrigo culebras, lagartijas, ratones y pájaros, que precisan de pequeñas cuevas donde hilar con ramas y pajas un nido donde procrear.

Las gentes que levantaron estos muros no pensaban en el nicho ecológico que gestaban. Tampoco eran conscientes de que su actividad era sostenible; tal, que cuando dejaron de sembrar ribazos, aún mantenía la tierra vigor suficiente para que en ella remontara de nuevo el bosque de antaño.

Era el límite del crecimiento, que imponía la técnica. El límite a desarrollarse hasta esquilmar los recursos, fue lo que hizo renovable a estas explotaciones agrarias tradicionales. La misma estructura social era sostenible, sin quererlo. Los arriendos de las masías mantenían los bosques en gestión del propietario, que otorgaba un disfrute para necesidades propias del masovero (leñas, vallas, etc.) y pastos. El bosque, el pinar, era un banco, una reserva de ingresos para cuando hiciera falta, y en aquellos tiempos en que el modelo socioeconómico no demandaba madera, el precio no era alto, y los bosques se conservaron. Previendo las necesidades futuras se ordenaba el territorio: en los arroyos, en las vaguadas más favorables, con más humedad y mejor suelo, se dejaran hileras de pinos centenarios, para el momento en que fuese necesario una buena viga en la construcción de alguna casa; los labrantíos precisaban del barbecho para recuperar la fertilidad del suelo; el tamaño del rebaño lo imponía el recurso de pastos existente.

Hoy esta riqueza natural y cultural esta a nuestro alrededor. No es momento de esquilmar, con el afán rentabilizador a corto plazo, aquello que con buen criterio nos dejaron las generaciones anteriores. Es momento de diseñar un programa de explotación de los recursos, que permitan su mantenimiento a las generaciones venideras. El cómo hacerlo, es labor de todos, atendiendo a las necesidades reales actuales y a la búsqueda de alternativa a un modelo socioeconómico demasiado ambicioso y poco generoso con las gentes que le rodean y con las gentes que han de venir. Se precisa mirar al territorio en toda la amplitud de los recursos que ofrece. Algunos no sólo económicos para el propietario, también de servicios ambientales para el conjunto de la sociedad. La sociedad deberá compensar al propietario por una gestión que permita conservar esos servicios ambientales, condicionado a que este cumpla con una explotación de los recursos que posibilite su conservación. Esta ordenación existe en otras políticas sectoriales, con control publico de la propiedad privada (caza, urbanismo, minas, etc.). Ello viene avalado por la Constitución del Estado, que garantiza el derecho a la propiedad, pero este derecho no reviste caracteres absolutos, sino que se halla delimitado por su función social. Son abundantes los pronunciamientos jurisprudenciales sobre este tema, que no dejan lugar a duda sobre la posibilidad de establecer limitaciones y regular la utilización de bienes de propiedad privada, atendiendo a que estos tienen unos deberes y obligaciones en atención a valores o intereses de la colectividad.

Tenemos hoy la capacidad de estudiar estos modelos de desarrollo y fundamentarlos con criterios científicos, aprovechando diversas disciplinas (economía, sociología, ecología, etc.) para definir, sobre la base de este legado cultural y natural, un modelo de desarrollo capaz de seguir garantizando el futuro de estas sierras.

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La naturaleza ha creado nuestras almas para que éstas comprendan la prodigiosa arquitectura de mundo

CHRISTOPHER MARLOWE, Tamerlán

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