A lo largo de esta excursión vamos a adentrarnos en un rincón repleto de diversidad natural y cultural. La presencia del hombre es responsable de los cambios que ha sufrido este paisaje. Cambios antaño en que estos campos fueron habitados y cultivados, en masías, y sus bosques roturados y pastados. Cambios hoy que cuando entre las huellas que dejó el hombre (campos, caminos, muros de piedras, viviendas) retorna el bosque a su estado silvestre. Un bosque no muy distinto al que aquí ha existido en los últimos 500 años, si nos fijamos en la edad de encinas y sabinas albares centenarias, que han quedado como testigo vivo del pasado, que aún perviven en el presente. Junto a la acción del hombre, el impacto de las fuerzas naturales moldeando un paisaje repleto de plegamientos geológicos y de calizas rajadas por el curso de un río, El Mijares, que jalona rumbo al mar.
Ascendemos a Cabezo Alto y conforme subimos la vegetación del hondo es relevada por pinares, primero laricios y después silvestres, allá por encima de los 1300 metros en que estas coníferas son las reinas del lugar, junto a sabinas rastreras capaces de aguantar el azote del viento en tempestades invernales y subsistir ante la falta del agua en el estío, donde las calizas absorben todo vestigio hasta sus entrañas, allá donde aflora la fuente.
Desde la panorámica de cabezo alto, descendemos hasta la fuente del tejo. La toponimia no nos engaña y veremos una pequeña familia de estos árboles mágicos para algunos y escasos para todos.
Siguiendo los estrechos del río hundiéndose entre la piedra, entre el sonido del agua brincando las rocas y el del viento azotando los pinares en las crestas, retornamos allá donde iniciamos el trayecto, donde la depresión de un paisaje suave, permitió asentarse a las gentes que en otros tiempos, con otras formas vivieron en estos lugares, según vamos observando mientras caminamos por una cabañera, marcada en sus lindes por muros de piedra.
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