Las áreas de montaña de las Comarcas del Sur de Aragón, son terrenos históricamente situados en el límite del clima bondadoso, que posibilita las condiciones para vivir, para cultivar, para manejar el ganado, … en estos tiempos para instalar la industria. Ubicados en la frontera de reinos donde las guerras hicieron inseguros estos lugares. Algunos dicen, que por estas tierras se establecieron aventureros, para quienes vivir en libertad se sobreponía al deseo de disfrutar de las comodidades de los núcleos urbanos donde se ceñía el protagonismo de la vida social y económica.
El Paisaje es un buen indicador para reconstruir la realidad generada en estos lugares del extremo más meridional de nuestra Comunidad Autónoma. Terrenos áridos y fríos, que no permiten bosques frondosos, sino especies como la Sabina albar, de gran longevidad pero con un crecimiento tan lento como para afirmar que los grandes ejemplares hoy sobrevivientes en los páramos, han convivido con casi la totalidad de la historia del hombre en estos predios. Suelos quemados por el fuego de las guerras, socarrados para generar pastos al ganado y descarnados al abrir el rejón nuevas tierras de cultivo. El derrumbe rural, tras el último periodo en que durante la primera mitad del siglo pasado produjo un significativo mayor índice de población, ha originado la recuperación forestal; hoy rebollares, carrascales y pinares conviven con los ecosistemas modelados por siglos de actividad humana. Ha influido en ello, tanto el freno de la intensidad de las cortas de arbolado ejecutado en tiempos pasados para carbonero ó para combustible de la estufa de los hogares, como la recuperación de la naturaleza en aquellas parcelas arrebatadas por el arado a la ladera, a pesar del alto índices de erosión y el arrastre de enormes cantidades del suelo gestado durante decenas de años en estos lugares hostiles donde la roca aflora al exterior.
La perdida de la actividad humana, es también causa del abandono de las medidas de prevención tomadas en su día para robar campos de cultivo a la montaña. Muros de piedras, que crearon bancales, hoy al carecer de manos para mantenerlos se derrumban y dejan partir hacia el mar, por barrancos y ramblas, el esfuerzo de tantos años. El nuevo éxodo de las gentes, una vez más hacia las urbes donde se protagoniza el desarrollo socio económico de la bonanza del país, ha vuelto a dejar en estas tierras a aquellos, que han preferido valorar los aspectos positivos de vivir aquí frente al privilegio de convivir con los protagonistas de la economía, la cultura y la sociedad.
Los ecologistas, conscientes de que nuestro bienestar procede del desarrollo tecnológico, pero también y antes, de los bienes y servicios que nos presta la Naturaleza, velamos porque el primero no reduzca las aportaciones que recibimos de ésta, imprescindibles para mantener nuestro actual nivel de vida. Para ello es indispensable realizar un inventario y valoración de los bienes y servicios que recibimos de los ecosistemas turolenses, a fin de contar con un criterio sólido para valorar la idoneidad de infraestructuras y proyectos tecnológicos aplicando la legislación vigente de Evaluación de Impacto Ambiental. Siguiendo las directrices de la Conferencia de Medio Ambiente de Río de Janeiro, es preciso formalizar una Agenda 21. Debe ser un estudio técnico, con consenso social, a través del que se siente las bases de un desarrollo sostenible para estos pueblos y ciudades, valorando no solo sus carencias, también los valores naturales y culturales, que constituyen recursos potenciales para los habitantes de las Comarcas de Albarracín, Gudar-Javalambre ó el Maestrazgo .
En esta tierra sin mar, estos deben constituir el lastre, que marque la línea de flotación en el barco con rumbo hacia un horizonte sostenible. Bajo ningún concepto deben ser arrojados por la borda, por no tener cabida en la carreta tirada por mulos con anteojeras, con la mirada fija en el fácil camino de la especulación y el beneficio a corto plazo.