
Mayo ha comenzado con un día invernal en primavera. Abril ha dejado lluvias y el campo esta húmedo esperando un poco de calor para rebrotar. En la montaña esta estación es tardía, cuesta llenar de flores e impregnar de olores los campos. No será hasta iniciado el mes de junio cuando ondee al viento, como olas de hierba, los delicados plumeros de la gramínea Stipa sp, popularmente llamada pelo de virgen.
Las parameras de la Sierra del Pobo no suelen atraer visitas hasta que las conoces. El invierno es helador y el estío demasiado caluroso y seco. El fuerte viento incrementa la sensación de frío y las plantas se protegen de él pegándose al suelo. Sin embargo cuando te decides a conocerlas encuentras un espacio donde cruzate con buenas sensaciones: horizontes abiertos cargados de silencio en los que la soledad es tu compañera.
Estas lomas acogen una vegetación de pastizales ralos de hoja dura. Gramineas como la Festuca hystrix o la Poa ligulata, junto a leguminosas como Anthyllis vulneraria o Astragalus sempervirens, son pastos muy apreciado por el ganado lanar durante los meses de verano en los que las tierras más bajas en altitud se han agostado. Junto a ellas plantas con pequeñas flores como el Dianthus brachyanthus o el turolenssis, Arenaria erinacea o las Potentillas cinerera y neumanniana, acompañadas de la aromática Thymnuys godayanus o la Satureja montana, van cubriendo el suelo, en ocasione reducido a las grietas de la roca caliza que se extiende en extensos lapiaces. Apenas encontramos algún Pynus sylvestris de porte arbóreo. Sin embargo las laderas están pobladas de rodales de Juníperus sabina y Juníperus comunnis. En los fondos de los barrancos se agrupan diversos espinos como Rosa sp., Berberis vulgaris e incluso algún grosellero (Rives sp.). Estos oasis arbustivo son verdaderos oasis de vida, pequeños habitats que actuan como islas en el inmenso paramo, donde encuentran refugio plantas y animales.

Este hábitat esta catalogado como de interés comunitario (HIC) incluido en el anexo I de la Directiva 93/43/CEE. Son «prados alpinos y subalpinos calcáreos» (código Natura 2000: 6170).
Lo localizamos en la vertiente izquierda de la cuenca alta del río Alfambra. Limita por el Oeste al Parque Cultural del Chopo Cabecero. Precisamente esu blog publica una entrada que nos introduce en aspectos de la geología y otros valores naturales de esta Sierra: «Por el Cerro Redondo y la Magdalena».
Desde el pliegue jurásico de Quiebracantaros en Cedrillas podemos observar los aerogeneradores que han ocupado los altos de Cabezoalto en Formiche. Otros proyectos pretenden extender estas instalaciones a las crestas de Cabigordo y las Hoyaltas. Un gran proyecto, promovido por la empresa Forestalia, quiere llenar de molinos generadores de electricidad las Sierras del Maestrazgo turolense. La Plataforma a favor de los paisajes de Teruel ha presentado alegaciones a los mismos, que están accesibles en su blog. La Comunidad Científica ha publicado un Manifiesto en defensa del patrimonio geológico y paisajístico del Maestrazgo y Gúdar, frente el proyecto del «Clúster» eólico. La imagen de energía limpia no siempre es justa. Aquí se necesita un compromiso del Gobierno en la planificación y ordenación del territorio para evitar una nueva colonización del territorio. La incorporación en el territorio de estas torres con aspas significa la destrucción de uno de sus más importantes valores: el paisaje.


Pocos somos los que nos aventuramos a andar por estos lugares.
Pastores que aprovechan sus excelentes pastizales. Han dejado impresa una huella cultural en la que muchos vemos reflejados nuestra identidad.
Naturalistas: ornitólogos en busca del canto del rocín (Chersophilus ricoti) o buscando la presencia de la ganga ortega (Pteterocles orientalis) casi desparecida; botánicos rastreando las peculiaridades de la flora singular de estos suelos.

Aficionados a los insectos, sobre todo de mariposas capaces de sobrevivir en estas tierras ásperas y hostiles. La Erebia epistygne, un día frío como es hoy, con temperaturas que apenas superan los 5 grados centígrados, no se ha resistido a la necesidad de volar sobre los tomillos y las gramíneas para completar su ciclo biológico. La Parnassius apollo en su fase de oruga pasta entre las matas de sedum soportando el desapacible clima de estos primeros días de Mayo.

El espacio también lo visitan cazadores. No es comprensible que hasta finales del mes de abril se prolongue la caza del zorro en batidas. Proscrito de las sociedad humana, se le acusa de alterar el equilibrio natural al predar sobre crías de especies cinegéticas. Atrevido, incluso es capaz de acercarse al gallinero y provocar una desoladora sangría. Su persecución por el hombre es ancestral, se le ha intentado extinguir con cepos, lazos e incluso sembrando los campos de estricnina, procedimiento utilizado hasta la década de los años ochenta del siglo pasado. Podemos entender su choque con la cultura rural. En este caso el gran depredador, el hombre, elimina al pequeño. Sin embargo en la actualidad la presión que recibe de los cotos de caza, solo podemos atribuirla al deseo de aplazar la veda y continuar apretando el gatillo como disfrute festivo del domingo.
La caza deportivo se autodefine como necesaria para mantener el equilibrio en los ecosistemas. Sin embargo los hechos demuestran que ello no es cierto. Buscando en las hemerotecas de las revistas de caza y pesca de las últimas décadas encontramos relatos de «lances cinegéticos» de especies como la avutarda, el lobo…. incluso la ganga y anátidas. Si no hubieran sido borradas de la lista de especies cinegéticas e incorporadas a la de protegidas, muchas de ellas hoy estarían extinguidas. La población de tantas especies cinegéticas, sobre todo de caza mayor como es la Capra pyrenaica o el jabalí (Sus scrofa) no encuentra el equilibrio con la caza enfocada a la obtención de grandes trofeos. La revista Quercus publicaba en su número 412 (junio 2020) un artículo de opinión de Alejandro Martínez- Abraín, profesor de ecología e investigador en la Universidad da Coruña, en el que se preguntaba: ¿es la caza una herramienta de gestión?
Los cazadores hacen oídos sordos a tantos artículos científicos que nos muestran la ecología de las especies. En el caso del zorro se conoce su comportamiento social muy jerarquizados. Solamente se reproduce la hembra alfa, salvo en ocasiones en que existe una gran abundancia de recursos, como es el caso de: las explosiones temporales de pequeños roedores, que son su principal fuente de alimento; cuando el hombre altera el medio con la ubicación de basureros. Al cazar alteramos el comportamiento de la familia de zorros y provocamos el efecto contrario al buscado: mayor desplazamiento de los individuos que favorece la expansión de enfermedades como la rabia, e incremento de individuos reproductores. Si además los matamos en periodo de cría podemos poner en jaque su supervivencia.
Si las Administraciones públicas, que deben velar por la conservación del medio ambiente, no toman medidas de protección hacía esta especie, en pocos años dejará de ser habitual observar la punta blanca de la cola de la raposa escabullirse entre las matas de los arbustos, tras ser sorprendida en nuestro paseo por estas sendas.

Muy interesante.
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