Teresa Burgui y Javier Erro
– IPES –
Artículo escrito por los autores para el Instituto de Promoción y Estudios
Sociales de Navarra (IPES). Publicado en El Diario de Noticias el 5 de abril
de 2003.
Teresa Burgui es ex-directora de la Secretaría Técnica de la Coordinadora de
ONGD del Estado Español (CONGDE).
Javier Erro es profesor del Master de Ayuda Humanitaria de la Universidad de
Deusto e investigador de comunicaciones para el desarrollo.
La vieja Europa está, además de dividida, desconcertada ante la violenta irrupción de la guerra preventiva. En un mundo unilateral el gobierno estadounidense quiere convertir la lucha contra el hipotético eje del mal y el impreciso terrorismo global en el eje de las relaciones internacionales. Se firma así el acta de defunción del actual sistema de ayuda y cooperación internacional y se lanza un reto sin precedentes a sus actores, principalmente a las Organizaciones No Gubernamentales de Cooperación para el Desarrollo (ONGD). Contemplamos en directo cómo nuestros gobiernos destruyen un país y crean una crisis humanitaria y, al mismo tiempo, nos reclaman que financiamos su reconstrucción y garanticemos la asistencia a sus víctimas. La invasión de Irak nos exige demasiado. Frente la amenaza de una guerra preventiva que se instala permanentemente en nuestra vida colectiva, tendremos que reinventar otras formas de educar para la paz, la cooperación y la solidaridad.
Sólo el gobierno estadounidense está preparado para asumir ese nuevo fenómeno en la historia que es la guerra preventiva. Una guerra de alcance global, porque puede desencadenarse en cualquier punto remoto pero afecta directamente a todo el planeta y atraviesa el espacio aéreo de las ciudades en que vivimos. Una guerra de dimensión total, porque combate en todos los frentes: militar, cultural, social y personal. Una guerra de duración infinita, porque encadena naturalmente las intervenciones: ayer Afganistán, hoy Irak, mañana tal vez Siria o Irán, ya veremos… A los demás, la madre de todas las guerras, nos ha pillado fuera de juego.
La grosería de la guerra preventiva, su bárbara simplicidad, viene a desmontar buena parte de los mitos sobre los que se levantan las relaciones internacionales. La inmoral e ilegal invasión de Irak descubre sin disfraces lo que más o menos todos veníamos intuyendo, pero no queríamos creer: la capacidad del sistema para negarse a sí mismo y violar sus propias reglas del juego, cuando lo necesita. Globalmente ha dinamitando a las Naciones Unidas: cuando no es posible utilizarlas para la barbarie se actúa al margen o contra ellas. Al interior de las fronteras contribuye a erosionar el estado de derecho, levantando dudas razonables sobre el incumplimiento de la letra y espíritu de las constituciones nacionales. Por si fuera poco, los gobiernos que han emprendido esta peligrosa aventura lo han hecho desoyendo y despreciando las voces de los ciudadanos y ciudadanas, una opinión pública a la que incluso algunos intentan criminalizar. Sin duda, la guerra alcanzará uno de sus objetivos: acabar con el Presidente de Irak, Sadam Husein, pero está poniendo en peligro la ya mermada confianza en todo aquello que suene a institucional.
Cuando el Presidente de EE.UU., George.W. Bush declara que para su gobierno la guerra no es un problema de autoridad, no reside en quién está legítimamente autorizado para declararla, sino de voluntad, es decir, de poder militar, y lanza la guerra “por si acaso” (yo te asesino porque siento que tal vez algún día tú puedas matarme), abre oficialmente la veda de la barbarie. Pero también hace algo más: anuncia el final del actual sistema de ayuda y cooperación internacional para el desarrollo y pone el peligro la confianza social en las Organizaciones No Gubernamentales de Ayuda Humanitaria y de Cooperación para el Desarrollo (ONGD).
El trabajo por la paz como base para la lucha contra la pobreza y el subdesarrollo hace tiempo que dejó de ser una prioridad para las ONGD. La iniciativa «Dividendo de Paz», promovida por la Coordinadora de ONGD del Estado Español (CONGDE), que recoge una propuesta de Naciones Unidas para la reducción de los gastos militares y su inversión en programas de desarrollo, apenas fue secundada por un puñado de organizaciones. Es verdad que manejamos la idea de paz cuando hablamos de educación, pero no cuando trabajamos en proyectos de cooperación para el desarrollo o en intervenciones de ayuda humanitaria y, habitualmente, lo hacemos desde la teoría. Venimos repitiendo sin cesar que la guerra moderna supone la mayor tragedia humana: no sólo porque el 90% de sus víctimas son civiles e inocentes sino, sobre todo, porque destruye el tejido social, las redes familiares y sociales, la autoestima de las personas y, en definitiva, rompe los lazos que permiten sobrevivir hoy y vivir después, y lastran cualquier intervención y proyecto de futuro. Pero, tal vez porque en el fondo las guerras siempre nos resultaron lejanas y ajenas -sucedían en el Sur y nunca serían totales- la lucha contra la guerra y la educación para la paz no atraviesan hoy el quehacer de las ONGD. ¿No habrá llegado ya el momento de cambiar de actitud?.
Por otra parte, en los últimos años las ONGD encuentran cada vez más problemas para que sus mensajes calen en el público. La llamada fatiga de la ayuda puede leerse desde la dificultad creciente con que chocan las ONGD para conseguir que el conjunto de la sociedad financie sus actividades. Pero también puede interpretarse como parte de un proceso de desafección en el que la gente -que es público, sujeto activo; no audiencia, sujeto pasivo- va retirando su confianza poco a poco a aquellas instituciones (del tipo que sean: religiosas, políticas, sindicales, altruistas, mediáticas, etc.) que dicen una cosa pero hacen la contraria. ¿Cómo encajará la ciudadanía que el mismo Norte desarrollado que hace la guerra y siembra el terror global, a la vez, nos llame para que paguemos los platos rotos y asumamos el coste económico y la responsabilidad moral de reconstruir lo que todavía no se ha destruido?. ¿Cómo asumir que la ayuda humanitaria, con sus “inalterables” principios de neutralidad, imparcialidad e independencia, se haya convertido en una pieza más del macabro juego de la guerra?.
La nuestra es una sociedad postheroica, que apuesta por el diálogo para resolver los conflictos, abomina de la guerra y recela de los viejos mitos patrióticos. Hoy la sociedad del Norte sabe que la manera más humana, barata y eficaz de combatir los desastres humanitarios es sencillamente prevenirlos y evitarlos. Y es aquí donde radica la sangrante contradicción que supone la guerra preventiva. La sociedad puede pensar que destruir cruel, ilegal e innecesariamente un país, matando a miles de personas inocentes y llamar seguidamente a reconstruirlo quizá no sea razonable. Y puede también que no entienda por qué las ONGD reclaman su contribución para hacerlo. ¿Serán las ONGD capaces de explicar las profundas y complejas causas de lo que está sucediendo en el mundo y de su estrecho margen de actuación?.
El público está acostumbrado a que las ONGD aparezcan allá donde estallan las guerras, para socorrer a sus víctimas. Con la guerra preventiva sucede ya lo contrario, se invierte el orden. Antes de comenzar la guerra la ayuda humanitaria ya está planificada, porque forma parte de la estrategia de invasión y destrucción. La ayuda se convierte también en arma inteligente. Tres días antes del comienzo de la invasión de Irak Naciones Unidas suspendió el programa «Petróleo por alimentos», gracias al que sobreviven uno de cada dos ciudadanos. Los ejércitos invasores esperan que los irakíes flaqueen a medida que el hambre haga mella en sus cuerpos y mentes. Con la rendición y la conquista se reanudará la ayuda, que siempre vendrá de la mano de los atacantes. En esta guerra el principio humanitario sirve igual para justificar la guerra -una guerra humanitaria, liberadora-, como para predecir su duración -corta, «por razones humanitarias»-, o explicar el papel de un ejército, el español por ejemplo: «asignado únicamente a labores humanitarias», ¿cuáles?.
El gobierno de Estados Unidos ha otorgado ya a una empresa estadounidense el contrato para reconstruir un puerto iraquí de Um Qasr, concesión que supuestamente facilitará la llegada de ayuda humanitaria. Hace ya meses destinó 6,6 millones de dólares a aquellas ONGD que le ayudaran a preparar su guerra contra Irak. Solicitó a algunas ONGD propuestas para gestionar la previsible crisis humanitaria que se originaría cuando oleadas de refugiados iraquíes cruzaran desesperados las fronteras hacia los países vecinos. También Gran Bretaña y España han anunciado ya sus planes de ayuda.. Cinco millones de euros, en el caso español. ¿Quiénes son los dueños de la “ayuda humanitaria”?. ¿Estamos ante un esfuerzo por humanizar la guerra global contra el terrorismo o frente a una instrumentalización criminal sin precedentes de la asistencia humanitaria? .
La guerra preventiva pone en tela de juicio la viabilidad del actual sistema de ayuda humanitaria, de la prevención de conflictos, de la mediación dialogada, y también, en buena parte, de la cooperación para el desarrollo. El margen de actuación de las ONGD se estrecha cada día. Primero se empujó a las ONGD a dar por perdida la batalla por el desarrollo y a centrarse en combatir la pobreza. Después se les atrajo a través de la financiación hacia la ayuda de emergencia, que es mucho más telegénica y permite dar la sensación de que somos solidarios. Ahora, ya sin disimulos, se pide a las ONGD que se transformen abiertamente en instrumentos al servicio del mercado y de la guerra. El debate humanitario que en los últimos años viene generándose en torno a los valores éticos y principios clásicos de la acción humanitaria, se vuelve todavía más confuso. Sobre todo porque la guerra preventiva apenas ha comenzado. Como declara el subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, el gobierno estadounidense ya tiene en su poder una larga lista de países que deberán ser liberados de sus gobiernos terroristas.
Tal vez la “guerra preventiva” triunfe y acabemos acostumbrándonos a la barbarie. O puede que la sociedad opte por exigir a todas sus instituciones una firmeza absoluta contra la inhumanidad. Una sociedad que ve cómo las instituciones desprecian su opinión contra la guerra quizá termine por despreciar “lo institucional” y se lance a construir nuevas formas de organización.
Para no quedarse fuera de juego y desplegar el protagonismo que les corresponde en ese proceso de reconstrucción social, las ONGD están obligadas a repensar el papel de la cultura de paz. Pero ahora, si quieren que su discurso sobre desarrollo humano resulte convincente, deben hacerlo de forma creativa, colocando la educación para la paz, por fin, como eje de todo su trabajo, a la luz de los nuevos desafíos que nos lanza la guerra preventiva. ¿Podrá la sociedad civil ganar la paz?.