BARONIA DE ESCRICHE

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Se han iniciado los trabajos para evitar que la Casa Grande de Escriche se hunda. Al observar como se retiran los escombros con una maquina excavadora , pienso que se esta impidiendo tocar las piedras.

¿Ya no existen artesanos de la piedra y el barro, albañiles capaces de levantar un palacio con tan escasos medios, como el que hoy desescombran entre el polvo todavía impregnado del sudor de quienes con sus manos lo construyeron?

Amontonar desechos y cascotes exilia hacia el olvido los recuerdos que ya nunca retornaran. El viento que recoge los susurros impregnados de palabras sobre el futuro de este espacio, enfrenta voces que hablan de recuperar y conservar el patrimonio histórico y aquellas golosas, que sin conocer aún el sabor del pastel, comienzan a relamer los beneficios que generarán, las gentes que llegarán, las transformaciones que se ejecutarán, sin valorar y poner la vista en todo aquello que puede perderse, un paisaje con más de quinientos años de historia.

Se colmata el fluir de la vida, al igual que quedó inutilizada la acequia y desaparecieron los canales de maderas hechos con el trabajo a golpe de brazo y hachuela para ahuecar troncos y unirlos. Aquellos que llevaban el agua  desde la fuente de los Cinco Caños hasta  las Puertas de la Casa Grande.

Secos los Olmos, ya no queda su sombra para refrescar las tardes del verano y los bailes en las fiestas de San Bartolome. Sus cuerpos esqueléticos y resecos apenas pueden dar cobijo a los bandos de piquituertos, que en las mañanas de primavera acuden a saborear las sales del mortero de cal que se desmenuza de las descarnadas paredes de piedra. No quedan voces que expliquen los sentimientos de los masoveros. Pesados como las cargas de leñas a lomos de mulos bajando a Teruel para encender los hogares de gentes de la ciudad, ya entonces prendidas del privilegio que otorga vivir arrimado a los centros donde se decide el futuro de tierras y ciudadanos.

Tantas historias contadas por abuelos o chiquillos sentados al calor de la lumbre en las tardes de invierno no han quedado grabadas más que en las cabezas de quienes hoy envejecen lejos del lugar. Quizás pronto volvamos a oír gritos y voces de personas acercándose a disfrutar de este paraje. Tememos no sean gentes capaces de desenterrar de la tierra las costumbres modeladoras de estos paisajes. Embutidos en su disfraz de turistas sean incapaces de intentar descubrir el pasado que yace en los recuerdos que surgen de leyendas, de pinturas, de muros de piedra, que jalonan cada rincón de este residuo medieval.

Esas tardes, cuando el cierzo enfría tus manos y repica tu rostro, el silencio hace de juglar y nos habla de tantos hechos que aquí acontecieron y hoy salen del olvido para morir enterrados en un montón de escombros, que yacen junto a una casa a quien quizás no dejan morir en paz.

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Hoy, en el verano del año 2016, las obras iniciadas han dejado irreconocible el palacio histórico. Junto a él un esqueleto de hormigón espera dinero para finalizarlo. Miles de Euros  tirados a la basura,  porque alguien llevó a este rincón rural, un intento de especulación urbanística, que  la realidad se encargo de parar. Aunque el resultado sea la pérdida de este patrimonio histórico y cultural.

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