Estas mañanas, de los últimos días de otoño a punto de llegar el invierno, la boira se agarra a barrancos, a lomas y muelas, como un aviso de los extensos días que van a llegar, cortos, fríos, cargados de soledades y silencios. En parte simboliza cierto parecido con las gentes turolenses arraigadas al pueblo, que tras las fiestas, las conversaciones y los reencuentros en las largas horas del verano preñadas de calor, luz y alegría, se resisten a regresar a la ciudad.
Cuando levanta la niebla, en la Sierra de San Just se descubren largas filas alineadas de molinos de viento –aerogeneradores de electricidad-; una mancha para los limpios horizontes abiertos de estas montañas, y trampa para aves, que nunca se encontraron en sus trayectos con estos monstruos. Esta visión es un aviso del futuro que espera a cabezos y cumbres de las Comarcas de Teruel, en cuyo territorio se pretenden instalar multitud de Parques Eólicos, sin un análisis global de su impacto ambiental.
La energía eólica, capaz de cubrir gran parte de la demanda eléctrica, de ser alternativa válida frente a Centrales Nucleares o Térmicas, si se instala con fines especulativos sin planificación y control, nos muestra su cara amarga: la destrucción de uno de los principales recursos de las Comarcas del Sur de Aragón, el Paisaje.
No siempre es el cierzo el que hiela las huertas, ni los solanos los que secan antes de tiempo la cosecha. Somos los hombres quienes aborregados en mirar la rentabilidad a corto plazo, “pan para hoy hambre para mañana”, nos lanzamos a proyectos sin las suficientes medias de prevención. El Gobierno de Aragón parece olvidar una proposición de las Cortes de Aragón para Planificar y Ordenar el desarrollo de la Energía Eólica de forma que no entre en conflicto con la sostenibilidad del desarrollo, no ha tomado medidas precisas para que las bonanzas del viento moviendo las aspas, no generen gigantes que amenacen nuestra calidad de vida. Aunque existe normativa para desarrollar estos proyectos de manera asumible ambientalmente, esta Comunidad viene demostrando carecer de la voluntad política para ello.
Cuando regresamos a la ciudad, que nos da trabajo y nos cobija el resto de los días del año distintos a los de las fiestas patronales del pueblo que nos vio nacer, olvidamos los sentimientos, difíciles de evaluar económicamente, que nos inspiran las laderas y cimas de las montañas, una naturaleza que debemos preservar para las generaciones futuras en ese reto por lograr un desarrollo sostenible en el tiempo. Constituyen el lado más humano de las necesidades que precisamos para ser felices, el lazo de unión del hombre con la Tierra. Afloran al sentir los olores de eriales de tomillos y espliegos, la frescura del pinar durante las tardes del verano, la melancolía de un otoño de colores ocres y hojas que caen.