DÍAS DE ABRIL EN LA MONTAÑA

Estas impresiones  las escribí con el del despertar de la primavera tras el letargo invernal. Aprovechaba la siesta de Guillermo y Alicia, y la paciencia de Maria Jesús, que me permitía partir unas horas a la soledad de las lomas de Corbalán camino de las Baronias de Escriche.

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Nacimiento del Rio Pitarque

Recorrer tierras abandonadas, donde acampan ruinas del pasado entre matas que reconquistan tierras perdidas -antaño labradas y hoy olvidadas para ser recuperadas por un bosque ansioso de volver a dominar las lomas suaves de las montañas y los bancales de barrancos por donde el agua retorna a su cauce, sin presas ni acequias que la deriven a huertos ó molinos-, nos invita a pensar en el lugar donde vivieron los masoveros no hace muchas décadas.

Apenas iniciada la primavera, las cortinas de nieve de abril aunque nos trasladan a los primeros matacabras de noviembre, aquellos acumulaban los primeros fríos, que curtían los jóvenes cachorros que se iban a enfrentar a la primera prueba de la vida, mientras estas enfrían la primavera que yá revienta. El frío de la montaña se acantona en sus bastiones hasta casi entrado el verano; los nueve meses de invierno y tres de infierno, relataba el viejo del rostro rasgado de arrugas trazadas a golpe de cierzo y templadas con rayos de sol, que deshacen la piel del segador o la del pastor, toda su vida, día sí y día también, en el monte con el ganado.

Los campos aún no verdean en estos altiplanos, pestañean discretamente con las primeras flores de la primavera. Prímulas, hepáticas y narcisos puntean de color el bosque y las amarillas aliagas serpentean en las lomas, en medio de trigos, que despuntan, y paramos aún dormidos al frío de las alturas. Un pestañeo, que no abrirá los ojos hasta bien entrado junio. Las tormentas del verano y el calor que ya no puede disimularse harán estallar la primavera en la Sierra; verdearan los trigos y prados abaniqueados con un sin fin de colores de amapolas, linos y otras hierbas.

El plumón de las rapaces más tempranas en criar se confunde con las motas de la nieve tardía, no se asustan de este frío estas aves, que han de dominar el cielo de estos predios. Tampoco enfrían los ánimos de los chivos de la cabra montes, ni los de las crías de corzo, cuyas madres han parido en estos días, retornando a los lugares de donde estuvieron desterrados hace ya un siglo, obligados por la presión de los rebaños de ovejas y cabras presionando en cada rincón de paramos y barranqueras.

Es el momento de aprovechar los claros, que la motosierra durante el invierno ha abierto en los bosques -es el invierno con leñadores y cazadores cuando el hombre retorna de nuevo, pero solo ocasionalmente, a muchas de estas tierras calladas- para adentrarnos en su interior, aprovechando esta puerta a la espesura, que se cerro cuando el hombre las dejó- , como las puertas de las masadas hoy en el suelo enrrunadas . Nunca mejor dicho «el árbol no nos deja ver el bosque», contemplando la rica variedad de flores que se esconden dentro de lo que hasta entonces solo distinguíamos como pinar y conocer los territorios de los pequeños pajarillo forestales (carboneros, petirrojos, pinzones…) que ya andan en locos vuelos nupciales, o detenerse, andando por la senda dejada entre el enebro, la aliaga y la zarza por el jabalí en sus paseos nocturnos, para escuchar el tamborilero del pájaro carpinteros, a golpe de pico sobre el tronco del árbol viejo invita a abandonar de su territorio a aquellos machos despistados, que hayan pretendido usurparlo. Aún viendo los destrozos del viejo pino caído y arrastrado hacia el aserradero, se comprende que hay esperanza en la razón de quién aprovecha lo justo que la tierra da, sin grandes avaricias, con la sabiduría de que pasado el tiempo volverá a rendir tributo si se la deja crecer. Incluso en estos tiempos en que la economía manda, es quizás un recurso sostenido, con aprovechamiento equilibrados, la garantiza de su conservación; más incluso que con una rígida protección capaz de desplazar a quien mimo la tierra durante décadas y favorecer a quien se acerca con nueva teorías pero sin la sensación de depender de su vida de la tierra.

El silencio de estos paseos en los últimos días de frío, también se rompe con el ronroneo de las aguas entre las piedras, en la fuerza del deshielo de la nieve de los altos rodando por la ladera, riachuelos en busca de un cauce por donde llegar a su destino, el mar. Tan lejano y tan cerca cuando por el Este, en verano veamos formarse las nubes de tormentas, traídas por los vientos tortosinos del levante, nacidas en el Mediterraneo para reventar en la montaña y calmar la sed de corto y extremo estío de los meses de julio y agosto.

Solitarios entre sendas antiguas, ya abatidas por el agua, que arrolla la ladera y suaviza las formas. Esquivos ante cualquier presencia humana, semejantes al huidizo gallo del bosque, asustadizo y gritón, que anuncia a todos de la presencia de un extraño, temiendo el que pudiera poner en peligro esta vida salvaje en tierras domesticadas. Nos sentimos tal véz, fantasmas de la cultura, que yace en cada testigo, entre ruinas de piedras y abracijo de viejos hierros de herraduras, apeos ó cerraduras, desenterrados a golpe de vista caminando por donde vivieron los abuelos.

Es el rito de la vida, festejado en tantas fiestas de primavera de nuestros pueblos. Son notas de música y letras de poesía que hablan de la necesidad de no olvidar cual es nuestra casa y el compromiso de conservar nuestro hogar, como sin conocer tan siquiera los términos de desarrollo sostenible -hoy en boca de todo el que se precie de querer salvar lo rural-, los viejos, ya muertos, en su empeño en dejar un tierra útil a sus hijos, trabajaron con ahínco. Su medio de vida, simplemente quizás porque no tenían técnica para cambiar el mundo y porque esta no superaba a su pensamiento, no deshizo los surcos de una tierra y hoy abandonada es capaz por si sola de recuperar su sabor silvestre. Un sabor silvestre que rezuma para quien desde la ciudad no solo busca aire, si no una salida a un modelo único, capaz de ridiculizar lo diferente solo por serlo y al que le falta pasado. El pasado con quien queremos identificarnos quienes perdimos nuestro pueblo, abatido por la aldea global, que arrojo al pozo del olvido las sombras de esos fantasmas, que cada primavera reviven el milagro de la vida.  

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